La posibilidad de ver cine clásico es cada vez mas placentera debido a las excelentes restauraciones logradas con las nuevas tecnologías a disposición del medio. Sin embargo, ver estas películas en pantalla gigante, como muchas de ellas lo ameritan, es poca, y esta es la razón por la que varios festivales han incorporado una sección de clásicos en su programación.
Este año el Festival de Cannes cuenta con una interesante selección, entre las cuales se destaca La doble vida de Verónica, dirigida por Krzysztof Kieslowski. Esta misteriosa y seductora cinta recibió el Premio FIPRESE, y su protagonista, Irene Jacob, el Premio a Mejor actriz.
Volver a ver este filme, que ha servido de inspiración a tantos cineastas ulteriores, resulta toda una experiencia, tan vital como en su momento. El director logra, como un experto cirujano, hacer una disección de las fibras más sensibles del espectador para confrontarnos con cuestiones del destino y presentarnos las intermitencias entre el amor y la muerte.
La historia maneja dos personajes, Weronika quien vive en Polonia y tiene una brillante carrera como cantante, pero sufre un grave problema cardiaco, y en otra parte del mundo, en Francia, Véronique, una joven idéntica a la anterior, cuya vida se teje igual entre la pasión por la música y el fantasma de una enfermedad.
Lo curioso es que las dos tienen la sensación de que no están solas en el incierto recorrido, a pesar de que no existe relación alguna y encontrarse tan separadas geográficamente.
La manera como se desarrollan los acontecimientos nos hace pensar en las posteriores películas de Quentin Tarantino en el sentido en que la experiencia de una hace justicia a la causa de la otra, permitiéndole escapar a la tragedia. Pero contrario al cine de Tarantino, no hay violencia involucrada en esta búsqueda de libertad y justicia, sino es a través del amor como se logra la redención.
Y el amor está personificado en Alexander (Philippe Volter), un artista que trabaja con marionetas, a través de las cuales la cinta elabora una interesante metáfora con una bailarina enferma que también tiene un doble.
El único encuentro entre las dos Verónicas, y que sólo lo percibe la joven polaca, cuando ya tiene su tiempo contado, se presta para mostrar algo del contexto social y del momento en que se desarrolla la trama. Sucede durante una manifestación política en la plaza de Cracovia donde la Verónica francesa aparece en un bus de turismo tomando fotos, mientras la polaca camina ensimismada, abstraída del tumulto.
Sólo Alexander registra el detalle de la similitud entre las dos en una escena muy íntima, pero para Verónica es tal vez parte de lo que ha sentido toda la vida, y la cara de sorpresa sólo ha quedado plasmada en la imagen fotográfica.
La nostalgia y el placer que puede representar la experiencia de ver estos clásicos nunca será la misma frente a una pantalla de televisor, y en este sentido hay que darle crédito a la iniciativa, y apoyarla, donde sea que se programen estos clásicos.