Desde que se fundó la república colombiana, en el Siglo XIX, la polarización se recrea una y otra vez, sojuzgando a la nación y beneficiando solo a extremistas y minorías sociales y políticas. Se siguen consolidados bandos ideológicos y los ciudadanos se alejan de los partidos, los cuales se reducen dramáticamente.
Nuestra democracia es escasamente plural, muy disfuncional e incluyente solo para élites y sectores medios. Es funcional para quienes utilizan la política, las instituciones y la fortuna para obtener obediencia, favores, reconocimiento y subordinación. Por ello la promesa del actual gobierno de unir a los colombianos y trabajar para todos quedó tristemente convertida en un propósito sin contenido. El proyecto de “economía naranja” hace recordar la “tercera vía” de Santos que nadie entendió. Los dos han sido un estruendoso fracaso. Y Colombia sigue sin reducir los cultivos de coca, sin recuperar el territorio y sin contener a delincuentes y narcotraficantes, ni siquiera en las grandes ciudades. Nuestros dirigentes desprecian las minorías étnicas y habitantes del campo; no tienen empatía con el sector informal y no se comunican con sindicatos, maestros, afrodescendientes y jóvenes. No tienen el menor olfato político y el tacto para difundir sus ideas. Nuestros gobiernos no saben exponer lo que quieren.
Los colombianos tenemos ideas muy diferentes sobre la Constitución y su significado. Rechazamos cualquier intento de debate y descalificamos el desacuerdo, por sentirnos amenazados por las ideas diferentes. Para completar, los partidos siguen desaparecidos, en fase terminal o tienden a homogeneizarse y, a 30 años de la Constitución, no han podido evitar que sigamos por el despeñadero de la polarización. No analizan, no opinan, ni orientan a la opinión pública. Por otra parte, los grandes medios de comunicación se inclinan solo a promover la agenda del gobierno; y los gremios y las iglesias están enfrascados en sus propios asuntos. Pareciera que viviésemos en países diferentes, no con una misma constitución. Las diferencias sociales y la fortuna son nuestros referentes. La polarización no solo se ha mantenido, sino que se agudiza. Nos vemos con desconfianza, como enemigos. No podemos criticar, tenemos que tolerar lo intolerable y aceptar el atropello. Por algo la recriminación que un medio de comunicación hizo a la columnista Margarita Rosa de Francisco por referirse a quien ella llama ‘el más innombrable de los innombrables’, cuando se trata de alguien que tendría mucho que explicar sobre la lamentable situación social de millones de colombianos.
En fin, la democracia se ha fragilizado gravemente y ha quedado reducida a una simple formalidad. En nombre de una supuesta imparcialidad que parece solo defender la agenda del poder y de las élites, se nos solicita que seamos constructivos, positivos, ecuánimes y ‘resiliente’, induciéndonos a guardar silencio frente al desconocimiento de derechos, la falta de respeto con el desacuerdo y la desconfianza. Dice el psicólogo Jonathan Haidt que la verdad se presenta como el “despertar” y que el “poder de los extremos ha hecho nuestra democracia algo disfuncional”.