Hablar de la maternidad implica analizar las cargas culturales que le son asignadas a las mujeres; debe cumplir con estándares estéticos, ser siempre una “dama” desde los estereotipos de género validados por su contexto, cumplir con la edad establecida para casarse, para tener hijos, para demostrarle a la sociedad que se han “realizado” como mujeres, porque han escogido al marido perfecto y por supuesto son madres.

Para los estándares sociales de nuestros territorios – una mujer – es sospechosa si después de los 30 aún no es madre, afirman que el tren las ha dejado, que están para vestir santos y que son amargadas porque no tienen marido – sexualizando – su opción de felicidad y placer, así es el machismo arraigado en nuestra cultura, un cumulo de mandatos que restringen libertades. Por otro lado, es muy extraño si la mujer tiene pareja y decide no ser mamá – en una ocasión escuché a alguien decir – la mujer que no pare es una mula, resulta difícil comprender que en su libertad y en el cumplimiento de los derechos sexuales y reproductivos las mujeres pueden decidir ser o no ser madres, que esto no depende de la felicidad que deba generarle al marido, no tiene que ser un mandato social con obligatoriedad de cumplimiento a determinada edad o para sentir que si ha logrado su realización.

La decisión de las mujeres sobre sus cuerpos merece toda la libertad posible pues no le pertenecen a un tercero sino a ellas mismas, las mujeres no son solo vientres reproductivos que cumplen su misión si tienen hijos o hijas; es respetable la decisión de las que quieren ser madres, pero también debe respetarse la de quienes deciden no serlo, sin satanizar su decisión como si cometieran un sacrilegio que no merece el perdón social.

Las mujeres que tenemos más de 30 años somos sospechosas de amargura, fracaso o esterilidad; si un hombre está solo a los 40 es el soltero cotizado, pero si es una adulta, se encuentra ‘falta de marido’. Definitivamente, la tenemos difícil, pasamos de una adolescencia donde la familia ruega que la calentura de la etapa no les deje en vergüenza por un embarazo precoz, a la angustia de que no nos reproduzcamos y el famoso tren se nos pase; parece que nuestra matriz fuera un negocio peligroso de acuerdo con las etapas: muy temprano seríamos las alborotadas hormonales que no supimos esperar el matrimonio, mientras que después de los 30 somos las ‘quedadas’.

Asimismo, se escuchan afirmaciones como: “No necesitas a un hombre para mantener al bebé”; así de mercantil como suena: “Vaya, muchacha, busque cualquier festival de espermatozoides y póngalos al servicio de su útero” “procura parir ahora que estás joven, luego pareces abuela y no una mamá”.

La heteronormatividad establece la maternidad como una obligación para las mujeres y no una decisión libre y amorosa, si la mujer no contrae matrimonio la cosa es peor, pues es difícil entender, para las mentes ortodoxas, que después de los 30 puedes estar dichosa sin un hombre al lado. Es tan fálico el pensamiento de esos personajes que por ‘falsa solidaridad’ buscan hacer felices a las mujeres, pero ¿qué es hacerle felices? ¿Cumplir con las normas sociales por encima de lo que quiera para su vida una mujer?; pareciera que la sociedad no le interesa si las mujeres son infelices por ser madres por imposición y no por decisión, lo importante es que no hagan parte de la lista de ‘quedadas’, lo cual resulta ser una perversa costumbre de las apariencias que atropellan conceptos subjetivos de felicidad, libertad y amor.