Hablar del 11 de octubre y la conmemoración del Día Internacional de la Niña tiene su génesis en las brechas sociales basadas en género y debe llevarnos a reflexionar sobre la importancia de garantizar a todas ellas sus derechos y especialmente la posibilidad de vivir libres y felices; es inaceptable que sus cuerpos sean erotizados y convertidos en trincheras de violencias sexuales como matrimonios infantiles, explotación sexual o embarazos; que sean asesinadas y que sus vidas sean vulnerables a trampas de pobreza como la desescolarización.

Es preocupante que algunas de los datos reportados por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane), junto con la Fundación Plan corresponden a que los principales retos que enfrentan las niñas, adolescentes y mujeres jóvenes del país son violencia sexual y de género, problemas en el acceso a la educación, desnutrición y desempleo. Refiere también que en total 22.794 niñas en Colombia fueron sometidas a relaciones y actos sexuales forzados en 2018.

Esto solo es un panorama general de una situación que no es crítica, sino trágica porque las niñas no son un futuro aplazable sino un presente que se marchita ante las violencias y la falta de garantía de los derechos, si las niñas continúan en ese escenario de vulnerabilidad las brechas sociales con perspectiva de género incrementan y las mujeres seguirán condenadas al patriarcado.

Si bien las violencias contra las niñas no son un problema lineal de fácil solución, al que se le puedan establecer diagnósticos precisos sino más bien una situación compleja con infinitos contextos particulares, sí es importante reconocer que uno de los puntos de partida para erradicar dichas violencias es dejar de normalizar las violencias sexuales contra ellas, infantilizándolas y convirtiéndolas en un objeto receptor de todo sin derecho a pensar y decidir, las niñas sienten y piensan, ellas no son cosas sino seres humanos; basta de considerar que se puede decidir sobre sus cuerpos y sus vidas bajo la premisa (a veces un tanto perversa) de los usos y costumbres como el hecho de obligarlas a casarse a sus 10 años con hombres de 50 o 60, desescolarizándolas para que asuman roles domésticos, truncando su derecho a la educación, la libertad y a ser felices con lo que quieran en sus vidas y no con lo que los adultos decidan para ellas.

Las violencias no pueden continuar escondiéndose bajo esquemas culturales que las justifican, considerando que los adultos machistas y dominantes pueden ejercer un dominio (vertical) y deshumanizado sobre las niñas y lo femenino en general.

En este sentido, es urgente que se cambien los imaginarios patriarcales que consideran que el cuerpo de las niñas es para ejercer acciones que lo violentan. Es momento de que las niñas sean consideradas en todas las culturas como sujetas de derechos y sentipensantes que merecen vivir libre de violencias, felices y a plenitud, toda la sociedad les debe garantizar protección.

Para finalizar, es importante hacer referencia a Muriel Jiménez, historiadora e investigadora, quien afirma que: “La construcción social del cuerpo y de los órganos sexuales se ha sustentado en la naturalización de las diferencias entre el cuerpo femenino y masculino; se ha hecho una construcción arbitraria de lo ‘biológico’, legitimando unas relaciones de dominación en las que el hombre ocupa la posición de dominio”.