Piense en los espacios más democráticos que se le vengan a la cabeza, pero no en su dimensión política, sino de impacto social. A mí se me ocurren varios, nuestros parques, malecones y playas. Son sitios de encuentro, parte del espacio público, en los que todos los ciudadanos tenemos la posibilidad de integrarnos en condiciones de igualdad y de sociabilizar más para llegar a ser mejores personas.
Amamos coincidir en esos mágicos escenarios urbanos y naturales de mar o río que tanto valoramos, pero aún seguimos en deuda cuando se trata de cumplir normas y reglas mínimas que garanticen respeto y convivencia en beneficio de toda la comunidad que los frecuenta. Debemos entender que esos entornos son nuestros y ese carácter de patrimonio común nos exige enormemente a la hora de relacionarnos con ellos.
Nos falta coherencia para reconocer derechos y deberes en el contexto de nuestra sociedad. Exigimos el cumplimiento de una serie de comportamientos de los otros, entre ellos gobernantes y autoridades, pero somos demasiado flexibles cuando se trata de mirarnos en nuestro propio espejo.
Resulta reprochable la actitud de los dueños de perros que los sacan a los parques sin correa y los animalitos, sin ninguna atención de estas personas, terminan haciendo sus necesidades en las zonas en las que los niños juegan. Una situación que desencadena malestar con los ciudadanos que les piden que recojan los excrementos de sus mascotas
Demandamos soluciones que garanticen nuestra seguridad vial, pero seguimos sin usar los puentes peatonales como ocurre en la Troncal del Caribe en la vía a Santa Marta, donde familias enteras en vez de utilizarlos, y están justo encima de sus cabezas, arriesgan sus vidas lanzándose a la carretera.
Actitudes que claman una urgente intervención público-privada de Cultura Ciudadana con visión Caribe.
Los nuevos gobernantes deben comprometerse con la construcción de una sociedad más solidaria, cívica y responsable, con sentido de pertenencia de sus entornos sociales y urbanos en la que se promueva la defensa de lo común y se apele al respeto entre las personas y a lo que es de todos. Pero también nosotros debemos empezar a cambiar nuestros comportamientos, percepciones, actitudes y valores frente a lo que nos proporciona bienestar colectivo para que dejemos de justificar lo injustificable porque es social o culturalmente aceptable o porque lo hemos hecho toda la vida, como por ejemplo arrojar basura en los parques. Existen normas compartidas que son los pilares de nuestra convivencia y hay que respetarlas y defenderlas. Así de claro.
La Cultura Ciudadana, que además genera progreso, requiere más que buena voluntad y no se logra de la noche a la mañana. Es una estrategia robusta que contempla intervenciones y acciones permanentes, creativas y muy orientadoras que apuesta por transformaciones en los ciudadanos y en la sociedad. Complejo sin duda, pero hay que avanzar y sin más dilaciones, éste debe ser uno de nuestros grandes objetivos en 2020, el año del poder de las ciudadanías. ¡A demostrar que somos capaces!