Se acuerdan qué pasaba hace un año? Nos visitaba el papa Francisco, quien compartía su mensaje de fe y esperanza, su defensa de los derechos humanos y de la justicia social con los colombianos que llenaban parques, calles y todo tipo de escenarios para verlo, escucharlo o simplemente sentir la arrolladora fuerza de su presencia.

A mí me pasó. En Villavicencio lo tuve bastante cerca. Emocionante por decir lo menos y eso que él no dijo una sola palabra.

El 8 de septiembre de 2017, a pocos metros de donde yo me encontraba en el parque Las Malocas, el papamóvil se estacionó. Francisco, que estaba de pie, se sentó y tomó fuerzas para descender del vehículo. Lucía agotado luego de oficiar una misa campal ante 650.000 personas en el sitio Catama, que empezó a llenarse a las 8 de la noche del día anterior.

No podía dejar de mirarlo. Estaba siendo testigo de un momento íntimo en el que el líder de la Iglesia Católica, con más de 1.300 millones de fieles, tan humilde y sencillo, tan sereno y afable como lo conocemos, mostraba lo frágil y vulnerable que puede ser. Era como si sus 80 años le hubieran caído de sopetón.

El trance duró segundos. Como recordando la inmensa responsabilidad que recae sobre sus hombros, se bajó del papamóvil y se perdió delante de mis ojos tras ingresar al sitio donde iba a almorzar y a descansar antes de seguir su agenda. Quedaba aún el esperado encuentro de la reconciliación entre víctimas y victimarios.

La de Villavicencio fue una maratónica jornada. También lo fueron las de Bogotá, Medellín y Cartagena, y en ninguna faltaron sonrisas, bendiciones y frases de gran calado espiritual, entre ellas, “¡no le teman al futuro! ¡Atrévanse a soñar a lo grande!”, “la búsqueda de la paz es un trabajo siempre abierto, una tarea que no da tregua y que exige el compromiso de todos”, “reconciliarse es abrir una puerta a todas y a cada una de las personas que han vivido la dramática realidad del conflicto”...

El Papa se entregó, dio el primer paso para fortalecer en los colombianos un sentimiento de reconciliación y fraternidad. Y lo logró, al menos durante 96 horas. En Bogotá donde 3 millones de personas lo acompañaron en sus eventos, no hubo un solo homicidio en cuatro días.

Lástima que el impulso colectivo para trabajar por una Colombia más unida duró tan poquito. La visita del peregrino de la paz hoy parece muy lejana, pero el contenido de su mensaje resulta cada vez más imprescindible para superar las divisiones políticas, la injusticia y la inequidad social, la corrupción y el egoísmo, así como para transformar la vida de los jóvenes, de los más vulnerables y de quienes siguen apostándole a la indiferencia como hoja de ruta en sus vidas.

Seamos protagonistas de una historia distinta y no nos sumemos a esas generaciones anteriores que no pudieron, quisieron o supieron cómo hacerlo. Inspirémonos una vez más en las palabras de Francisco y demos ese segundo paso.

PD: @PLinero tu honestidad te enaltece y Dios nos quiere libres y felices. Pa’lante!