Hace unos años, yo comenzaba mi columna aludiendo a la figura, entonces en el pleno apogeo del fragor de la apertura democrática española, de una de las figuras más brillantes de aquella etapa trepidante de la Península Ibérica, Alfredo Pérez Rubalcaba: entregado al servicio de su partido, siempre con su impulso demócrata de bizarro defensor de la libertad y del entendimiento entre todos, no solo no rehusaba la contienda a pecho abierto sino que la buscaba, y ha sido su enseña hasta la última etapa de su maratón por la vida. Desprendido. Desafiante. Con la picazón continua del veneno de la política. Durante cinco años, a partir de la llegada socialista al poder, Rubalcaba estuvo al frente del Departamento del Interior. Amante de los retos, los buscaba y lograba vencerlos. Testimonio de su afán fueron los cinco años que estuvo al frente de este Departamento. Dos éxitos: primero, en lo tocante a la política vial, impulsó el carnet por puntos y la reforma del Código Penal para endurecer las penas a los conductores temerarios. Aumentó la red de radares logrando concientizar con sus campañas publicitarias a los conductores en la responsabilidad al volante. Y consiguió rebajar con su política de tráfico, la mortalidad por accidente en una media de seis mil víctimas anuales a mil quinientas. Pero si por algo se enorgulleció fue por el logro de su lucha incansable contra la banda terrorista ETA, de la que pudo enunciar su cese definitivo en el 2011.
Se decía, refiriéndose a su personalidad prolífica, que era como un juego de muñecas rusas. Brillante en todas sus facetas. Tenía la obsesión de batir las marcas. En la universidad fue Premio Fin de Carrera de Química. Seleccionado entre los 10 investigadores más prometedores. Atleta, velocista subcampeón de España de los 100 metros. A lo que aludía como uno de sus sueños imposibles, rotos cuando, ganando la carrera de los 100 metros en 10 segundos, caía con una grave lesión fibrilar al llegar a la meta.
Ha sido el veneno de la política, su ilusión y la búsqueda del triunfo que no pudo lograr en su juventud deportiva. Gozaba con sentirse el coco de sus contrincantes políticos y le gustaba el juicio que de él tenían de ser la pesadilla del PP. Le gustaba la lucha cuerpo a cuerpo. No eludía responsabilidades y dar la cara, aún en las circunstancias más adversas.
Tras su salida de la política, se incorporó a su plaza de profesor en el Departamento de Química Orgánica I de la Universidad Complutense de Madrid. Y desde 2016 se había integrado al Consejo Editorial del periódico El País. El 8 de mayo fue hospitalizado en estado grave a causa de un ictus. Un adiós rápido e inesperado.
Así como en el ayer lejano, cuando había ganado la carrera de los 100 metros, hace unos días, caía al llegar a la meta.