Ante la página en blanco de la primera columna de 2019, con la incógnita frente al camino que se nos abre, no puedo dejar de pensar en los encuntrumnazos que nos esperan partiendo de la cerrazón actual del cierre de la frontera con México del descerebrado presidente norteamericano que se empeña en cerrar las fronteras con América del Sur, delegando en su yernísimo Jared Kushner, al que con un pie fuera de su mandato, Peña Nieto, el presidente mexicano, le ha otorgado la máxima distinción de su país, la Orden Mexicana del Águila Azteca. Mientras, nuestro buen Papa Francisco, critica la hipocresía de los que van a misa para que los vean y despellejan vivos a su cofeligreses. Viene a decirnos: “es mejor no ir a misa que hacerlo y luego vivir odiando. El odio solo conduce a más odio. Es el viento destructivo. Para el equilibrio de nuestra vida se hace necesario la expresión viva de los sentimientos y la cercanía de la relación humana. Hablar de tú a tú. No de computador a computador”.
A riesgo de repetirme, pero creo que vale la pena. Se impone el mirarnos a los ojos. Estrechar una mano y entrecruzar una sonrisa como prolegómeno de cualquier acción que tengamos que emprender.
Releo en mi viejo libro sobre la guerra y la paz, que suelo abrir de vez en cuando, la anécdota vivida por el fotógrafo americano Alfred Eisenstaedt, cuando en el corazón de Nueva York, en el Times Square entre la gente que salía a la calle a celebrar el fin de la II Guerra Mundial, captó la imagen que daría la vuelta al mundo, de un marinero que besaba apasionadamente a una enfermera. El escritor Juan Eslava relata el hecho poniéndolo en boca de la enfermera: “Yo tenía 21 años y era ayudante de un dentista, por eso vestía como una enfermera. Aquella mañana salí a desayunar y decidí acercarme a Times Square, de repente un marinero me agarró de la cintura y sin decirme nada me besó. El tipo simplemente se acercó a mí, me agarró por la cintura y no fue mi elección pero tampoco el beso fue apasionado. Y el marinero siguió su camino”.
Así se escribe la historia. Recordando los hechos que valen la pena y que cuanto más simples y espontáneos, más se reafirman en el corolario de los sentimientos. Puede ser el recuerdo de un beso casi robado en la puerta de un tren arrancando. Un beso perdido en el aire, iluminando sonrisas, pueden alimentar el espíritu toda una vida.
Feliz año 2019 y que en la gran incógnita de la larga travesía que se nos abre, sean más las sonrisas que las lágrimas.