La felicidad no se compra en Jumbo ni en la Olímpica ni en ningún supermercado. La felicidad cuesta lo suyo. Es cara. La felicidad de un club que aspira a entrar en la historia internacional por primera vez también se obtiene como la conquistó anoche Junior. Luchando, peleando, sufriendo. La felicidad se ha instalado en Barranquilla de esa forma. Todo se hace con entusiasmo, pero para llegar a ese punto en que se abraza el éxito y se besa el cielo hay un túnel oscuro, duro, en el que no solo sirve tener una ventaja importante como la que tenía Junior ante Santa Fe de dos goles. No. En ocasiones la felicidad miente, y te engaña. Se disfraza. Para marcar el 3-0 hubo que esperar a que el bendito VAR dijera que Teo había marcado el gol con el pecho y no con la mano ni en fuera de juego.

Pero cuando Barranquilla vivía con cara de domingo, con cara de finalista de la Copa Sudamericana, después de ver a su equipo de baloncesto (Titanes) proclamarse campeón en San Andrés, James Sánchez falla un penalti que hubiera podido ser el gol definitivo del pase a la final de la Copa Sudamericana de Junior. No. Había que sufrir. Y cuando a los 43 el equipo se quedó sin su alma (Teo), después de tener que jugar sin su guardián del arco (Viera) y con un Chunga nervioso, el árbitro expulsó a Fuentes. Entonces la felicidad se puso la máscara del sufrimiento. Había que jugar media hora con nueve. Menuda felicidad.

Menuda felicidad que me dibuja una foto inolvidable, para la historia, para que los barranquilleros la recordemos toda la vida. La foto de Julio Comesaña abrazándose a sus gladiadores. La de ese gol con el corazón de Teo, que me recordó al gol de Messi en una final de la Intercontinental. La de James, Jarlán, Narváez, arrodillados, dando gracias a Dios por un éxito sufrido, pero que al final resultó un triunfo feliz. Me quedó con la cara de mis amigos disfrutando en Zamba, compartiendo algo que nunca había vivido, experimentando esas sensaciones que Chunga, Piedrahita, Gómez, Pérez, Fuentes, Cantillo, Díaz, el preparador físico Franco, y todo el banquillo de Junior celebró como un título. Para recordar quedarán esos rostros felices de todos los barranquilleros cantando “al tiburón”, gritando que Junior “es tu papá”.

La felicidad se siente hoy en Barranquilla, la capital de vida, la capital del deporte, la capital donde Junior ha cumplido con un sueño, con una ilusión. Ser finalista de una competición internacional. Goza Barranquilla.