Esta es mi última columna que, desde hace varios años interrumpidos sólo por mi ejercicio como congresista, he tenido el privilegio de escribir para mi casa periodística EL HERALDO.

La razón de mi despedida en esta oportunidad se debe a que el Congreso de la República me eligió Magistrado del Consejo Nacional Electoral (CNE). Por cuatro años tendré la condición de servidor público de dedicación exclusiva, con las mismas calidades, inhabilidades, incompatibilidades y derechos de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia.

En el ejercicio del honor que se me ha concedido por el Congreso, igual que al resto de mis ocho compañeros, tendremos la obligación de regular, inspeccionar, vigilar y controlar toda la actividad electoral de los partidos y movimientos políticos, de los grupos significativos de ciudadanos, de sus representantes legales, directivos y candidatos, garantizando el cumplimiento de los principios y deberes que a ellos les corresponden.

Para cumplir con las obligaciones que la Constitución y la ley me asignan, y con el fin de estar lejos de cualquier inhabilidad, incompatibilidad, conflictos de interés y causales de impedimento y recusación, nada es más saludable para la ciudadanía que quienes tienen la facultad de decidir sobre una situación o un conflicto se expresen a través de fallos. En el caso del Consejo Nacional Electoral siempre serán colegiados.

Basado en lo anterior, la soledad y el silencio los asumo en función del cargo que, sumados a la confidencialidad y reserva total, deben caracterizar a una persona que tiene la inmensa responsabilidad de participar en una decisión. Expresaré mis opiniones únicamente a través de las providencias en las que participe.

No por lo anterior debo desconocer la presencia abrumadora de las redes sociales, que ojalá bajo los principios y derechos constitucionales de presunción de inocencia, debido proceso y derecho al buen nombre, hacen que los fallos, resoluciones administrativas o judiciales ya no queden en las páginas de los diarios o en las discusiones solo de expertos.

Hoy los fallos circulan y se debaten, y sobre ellos es lógico que pueda participar en el debate quien en ese momento presida el CNE, sobre todo cuando los mismos se refieren a pronunciamientos volcados previamente en procesos concluidos o que han adquirido la condición de cosa juzgada ante la autoridad que los expidió.

Los jueces, o cualquier persona que tiene el honor de decidir un conflicto, han entendido, en su mayoría, lo importante que es hablar con los medios. Es la forma en la que pueden dar cuenta de sus actos, informar a la sociedad sobre las razones de las medidas tomadas; así se pueden evitar malas o tendenciosas interpretaciones. Estoy convencido que los tiempos cambiaron y hoy no es suficiente firmar fallos o sentencias, también es necesario explicarlas.

Sin embargo, antes de un fallo el magistrado debe ser reservado. El silencio debe ser su compañero permanente y, por tanto, no puede manifestar plenamente a los demás lo que sabe, piensa y siente. Esa autolimitación, llamada prudencia, es una garantía que en mi caso asumo para bien de las partes que puedan ser sujetos de mi competencia.

Con la nostalgia que significa no seguir escribiendo mi columna, de nuevo les digo a mis lectores: hasta luego.

@clorduy