Es inconcebible que en pleno siglo XXI pase lo siguiente: las afganas están en pánico porque perderán los pocos derechos adquiridos. La pandemia ha descargado su mayor costo en todas las mujeres del mundo. A pesar de su protesta mundial, el acoso sexual solo ahora empieza a cobrar cabezas de esos hombres acostumbrados a violentarlas. Y en nuestro país, muchas perdieron la poca autonomía económica que habían ganado, lo cual se suma al peso de su doble carga, el cuidado y el trabajo remunerado, y hoy viven esa crisis del hogar que nadie reconoce, sin tiempo para el ocio, para el sueño y menos para el amor.

Pero en medio de circunstancias tan adversas, las mujeres del mundo siguen de pie, luchando por sus derechos, pero sobre todo por los de esa sociedad que sigue desconociendo sus aportes, su contribución a esas ganancias que muchos alardean como si el trabajo duro de ellas no existiera. Y las colombianas lo vivimos permanentemente a pesar que desde los chibchas las mujeres fueron reconocidas “como fuente primordial de riqueza”, cuando durante la Colonia 87 mujeres fueron encomenderas, la actividad económica fundamental en ese momento. Más aún, como lo registran no solo investigaciones sino datos censales de 1870 y 1938, las mujeres participaron activamente en las etapas iniciales de la industrialización y su trabajo produjo textiles, confitería y toda clase de manufacturas, gracias a que ellas contribuían más que los hombres a esas actividades productivas. Y lo hacían en condiciones muy precarias con poca educación, llenas de hijos y sometidas a unos valores que no les daban la oportunidad de ser autónomas.

Hace poco una reconocida columnista afirmaba que el periodismo estaba en contra de las mujeres mientras las economistas nos quejamos de ese techo que vivimos y seguramente mujeres de otras profesiones pueden afirmar algo similar. Por ejemplo, más del 70 % de los profesionales de la salud en Colombia y en el mundo son mujeres y sin embargo no llegan a la dirección del sector.
Pero no obstante hoy son una parte importante de la fuerza de trabajo y siguen con el peso de que el mundo las siga viendo como cuidadoras, una actividad subestimada y que limita su tiempo y sus oportunidades. A nadie le importa que el uso del tiempo de hombres y mujeres es una de esas muestras de la profunda desigualdad de género que no logra conmover a amplios sectores que manejan el poder económico y político. La pobreza de tiempo es uno de esos grandes dramas que viven las mujeres y que la sociedad desconoce y más aún los economistas que toman el cuidado como fuera de lo que se acepta como productivo.

Frente a esa innegable realidad ¿puede seguir afirmándose que las mujeres somos el sexo débil? ¿Han sucumbido las mujeres frente a tantas dificultades? Por el contrario, seguimos adelante y con seguridad algún día más temprano que tarde se llegará a la igualdad, pero no podemos esperar 100 años a que eso suceda. Acelerar ese proceso debe ser el reto no solo de las mujeres sino de toda la humanidad.

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