«Pies, ¿para qué los quiero, si tengo alas para volar?», dijo Frida Kahlo con la sabiduría de quienes logran encontrar en la dificultad la esencia de la vida. Fue eso lo que hallaron en su discapacidad los setentaiocho atletas de la delegación colombiana que compitieron en los Juegos Paralímpicos de París 2024, de los cuales veintiocho alcanzaron logros sin precedentes durante los once días que duró la competencia. Medallas, diplomas y récords hacen parte de la gran hazaña paralímpica con que nuestros deportistas, sobrepasando las vallas que suponen sus limitaciones, nos enseñan que todo es posible mientras no entendamos los problemas como obstáculos, sino como propulsores de la existencia misma.
En los JJ. PP., y a través de lo conseguido a fuerza de voluntad y de determinación por los paratletas que representaron al país, Colombia logró entrar en el top veinte del medallero mundial. Pero no es el bronce, ni la plata, ni el mismísimo oro lo que representa grandeza en los hombres y mujeres que se subieron al podio y vieron cómo la bandera tricolor se izaba una y otra vez en París. Su grandeza está en la tenacidad de enfrentarse a todo aquello que los menoscaba. Está en la confianza ciega en la que se apoyan para salir avante frente a lo que sea. Está en no verse a sí mismos por debajo de nada. Está en la inenarrable convicción de poder llegar más rápido, más alto y más fuerte a esa meta que han sabido trazar muy por encima de sus miedos.
Según el Ministerio de Salud y Protección Social, hacia el segundo semestre de 2020, de los casi cincuentaidós millones de habitantes que tiene Colombia, cerca de 1,3 millones de personas presentaba alguna discapacidad. No debería causar extrañeza entonces la diferencia que supuestamente tienen los llamados ‘discapacitados’; lo que sí debería extrañarnos es la falta de empatía imperante en las grandes masas de “iguales” en las que todo, se supone, debe ser o parecer uniforme para que se avale su participación, su inclusión o, simplemente, su presencia en una sociedad que se caracteriza más por señalar los errores y defectos que por apreciar la belleza que habita en lo heterogéneo.
Quienes triunfaron en los Paralímpicos de París son un ejemplo tangible de que los verdaderos milagros no naufragan en el mar de los sueños. La fortaleza que hay en ellos es más que una inspiración para el resto de la humanidad, esa mayoría en la que tantos se difuminan entre sí. La consigna de nuestros atletas paralímpicos bien podría ser esta idea gigante de Saramago: «Es una estupidez perder el presente solo por el miedo de no llegar a ganar el futuro».