¿De qué me disfrazaré? ¿De marimonda? No lo sé. ¿De mico Prieto? No lo sé. ¿De perro bravo? No lo sé. ¿De tigre mono? No lo sé. ¿De garabato? No lo sé. ¿Seré torito? No lo sé. ¿Seré ciempiés? No lo sé. ¿Negro tiznao? No lo sé.

Días atrás fuimos testigos de una indignante pelea entre dos periodistas, que expuso la peligrosa supremacía yoica que, como modelo de conducta, prospera en la humanidad. Es el imperio del ego, ese ámbito imaginario en que un individuo se reconoce y supone ser reconocido, y que opera -si no me equivoco- como una especie de disfraz; como si se tratara de personajes en los cuales el ser humano se enfunda ilusoriamente para transitar la existencia. Pero el ego es tan irreal como cierto, tan prepotente como frágil, tan edificante como devastador, y así fue como dos figuras ponderadas públicamente, pelaron el cobre ante el país entero. Quién sabe si ante el rumor de que algo grande estaba en curso, el ego de uno de ellos fue un recurso manipulado con siniestras intenciones, pero en cuestión de minutos escupieron narcisismo, vanidad, insolencia, mezquindad y grosería en las redes sociales, que hoy son los ojos del mundo. Con intenciones similares, aunque con herramientas distintas, se trenzaron en uno de esos duelos denigrantes y frecuentes en Colombia, en los cuales no contienden las personas sino los egos, las máscaras cotidianas. El caso es que, días después, y acaso queriendo remendar el disfraz en el que habita y que quedó vuelto jirones, una sosegada Vicky Dávila conectó el ventilador de la exrepresentante Aída Merlano, y un cipote ventarrón arrasó con la indumentaria de varios de los actores -no tantos como quisiéramos- de la tragicómica política colombiana.

Mediante la estrepitosa chiva vimos cómo una ecuánime periodista zurcía minuciosamente sus chiros deshilachados, encaminando a la entrevistada a revelar las impudicias que esconden debajo del capuchón los que fungen de honorables. Ahora bien, lo que dijo la Merlano no es ninguna novedad. Como otros tantos entuertos -en su mayoría peores que el bandidaje costeño del que hablan los cachacos, y que en otras regiones son colectivos apadrinados por la élite empresarial- los rumores son oscuros nubarrones que, por décadas, han estado estacionados en el cielo del territorio nacional. Y no pasa nada. Casi todo lo que dijo Aída Merlano se dice desde hace años en las esquinas de Barranquilla, pero, quizá por esa atracción que ha provocado políticamente el “alcalde eterno” de la ciudad -como un día escuché decir a dos señoras-, se volvió tema de moda en el gélido mundo interiorano. La Merlano asegura tener pruebas, ya veremos. Lo cierto es que, ad portas de un nuevo clímax carnavalero, no puedo dejar de imaginar que hoy habrá muchos cantando nerviosamente esa melodía tradicional que dice ¿De qué me disfrazaré? ¿De marimonda? No lo sé. ¿De mico Prieto? No lo sé. ¿De perro bravo? No lo sé. ¿De tigre mono? No lo sé.

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