Una discreta frasecita que encontré en un centro de yoga y meditación en India, me dejó, como decía mi abuela, cavilando. "You play drama, you get karma" o, "Haces drama, obtienes karma". Muy cierto. Cuando -como seres pensantes- por instantes conseguimos detener el mecanismo truculento de producir pensamientos, o cuando -como colombiano- uno logra distanciarse del entorno, se revela abruptamente la forma en que los humanos, una especie evolucionada mediante un proceso exitoso de adaptación, hemos debido desarrollar por supervivencia una gran capacidad para asimilar el conflicto, la desdicha y la insatisfacción. Es el drama que nos asedia, descrito como "un suceso infeliz de la vida real, a tal punto, que es capaz de conmover los ánimos". Por un lado, está el aparato generador de pensamientos mediante el cual nos reconocemos como "yo", que parecería empeñado en las ideas que, de una manera u otra, conducen al sufrimiento; por el otro, cosa que particularmente nos sucede a los colombianos, está una doliente comunidad que supurando diariamente enormes dosis de pus, acaba por infectarnos. En la cotidianidad pasamos continuamente de la tragedia a la comedia y de la farsa al melodrama, y no hay que internarse en Asia meridional para saber que esto tiene consecuencias. En India hablar de karma es tan normal como rutinario, hace parte de rutinas religiosas y, en distinta proporción, de desarrollo espiritual. Los indios han convivido con leyes kármicas desde cuando los primeros iluminados plantearon que la energía trascendente generada por el comportamiento en una vida, incide en vidas posteriores; de igual forma, y pese al sentido fugaz y definitivo que le damos al tránsito terrenal, también los occidentales aplicamos tales principios desde la perspectiva causa-efecto.

Pero sucede que el drama, venga de donde viniere, está atado a una realidad que es producto de la mente, de la enigmática ficción en que se construye cada individuo, y que lo lleva a actuar, o a reaccionar, determinando con sus actos su destino. "Haces drama, obtienes karma". El reto no es ignorar que el drama existe, ni siquiera es afrontarlo o eludirlo. El reto es tener un estado de fortaleza mental que redunde en consciencia plena para reaccionar adecuadamente ante lo ilusorio. Saber que estamos limitados a un presente de "apariencias transitorias", lo que según la filosofía budista es "simplemente todo lo que experimentamos a través de la facultad de la mente", y esto incluye las ideas que nos hacemos de las cosas y las emociones que estas nos producen. Algo así como el cuerpo y el alma de ese inclemente yo que nos engancha en el drama. Curiosamente, en estas sociedades en que el éxito es la reivindicación del yo, la ceguera de la religiosidad, esa práctica del rezar para pecar, y viceversa, supera con creces el ejercicio de la espiritualidad, que es realmente una herramienta para generar buen karma.

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