Latinoamérica vuelve a cantar por estos tiempos, si bien de manera distinta. Fuimos muchos los que en los años setenta entonamos la conocida Canción con todos, un tema que proclamaba hermosamente la unidad latinoamericana y que fue de gran importancia teniendo en cuenta que durante la década anterior había surgido la lucha revolucionaria como una forma de protesta a las políticas económicas y sociales que, a lo largo de vastos territorios inconformes, originaron respuestas autoritarias por parte de los respectivos gobiernos. “Sol de alto Perú, rostro Bolivia, estaño y soledad / un verde Brasil besa a mi Chile cobre y mineral / subo desde el Sur hasta la entraña América y total / pura raíz de un grito destinado a crecer y a estallar”. Era una inspirada invitación a tomar conciencia. En su nombre se plasmaba la importancia de promover la unión del continente, en una convulsionada época marcada por el deseo de sacudirse de la opresión que intentaba poner coto al avance de los movimientos sociales de izquierda.

Varias décadas después aquel grito liberador amenaza nuevamente con crecer y estallar, sin embargo, en una Latinoamérica a todas luces bien distinta. Las que otrora fueron consignas idealistas como “libera tu esperanza con un grito en la voz”, hoy en día no parecen suficientes para calmar la creciente inconformidad, y aquella lucha de entonces, henchida de doctrinas románticas, se traduce en la actualidad en acciones bastante desorientadas y violentas. Se traduce en sublevación, en revueltas masivas que exponen un descontento social cada vez mayor, y cuyos fundamentos son cada vez más confusos.

Tanto en Venezuela, Argentina, Chile, Ecuador, Perú, y por último en Bolivia, las protestas van en contra de un sistema que, plagado de corrupción, fomenta la desigualdad; contra un sistema permisivo ante los abusos de la fuerza pública. No obstante las noticias se difunden alrededor de enfurecidos seguidores de un bando u otro, del vandalismo galopante, o del modelo tradicional de represión utilizado, el verdadero meollo de la cuestión es que la sociedad reclama reformas palpables en los sistemas políticos. La que hoy entona Latinoamérica es una canción que clama justicia. Una tonada dolorosa que expresa el cansancio de un continente mal gobernado, el desengaño ante un sistema cuyos modelos políticos imperantes han fracasado sucesivamente. Es el canto desgarrado de un animal agonizante que sometido a circunstancias políticas y económicas generadas por movimientos tanto de izquierda como de derecha, exige hoy, por supervivencia, explorar otras opciones. Canta una vez más Latinoamérica, y esta vez ardientemente. Pero queda una pregunta: ¿Cuántas de estas tonadillas serán auténtica producción de pueblos latinoamericanos en su afán de solventar su malestar, y cuántas complejas partituras escritas a muchas manos –con múltiples intereses– desde los cuatro puntos cardinales del planeta?

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