¿Dónde estarán aquellas ideologías sustanciales de otros tiempos? ¿Dónde aquellos pensadores dispuestos a defenderlas con pasión? ¿Ubi sunt? ¿Dónde están? La expresión Ubi sunt, un tópico literario, es una frase breve que no aspira a una respuesta e invita a reflexionar sobre la muerte, lo fugaz, lo ido, la pérdida irremediable; sobre aquellas cosas que devora el tiempo sin clemencia.
Acabó una jornada más de elecciones de autoridades locales, y, como siempre, aún somos muchos los que quedamos con la habitual sensación de incertidumbre frente al futuro. ¿Ubi sunt? ¿Dónde están los grandes intelectuales que nos llevaron a creer que era posible construir una sociedad íntegra? ¿Ubi sunt? El carácter que se le ha dado al manejo de lo público acabó por apartarnos de ese “conjunto de ideas fundamentales que caracterizan el pensamiento de una persona, una colectividad, una doctrina o una época”, es decir, de lo que constituye una ideología, para llevarnos a concebir la actividad política como una perversa competencia, un conjunto de acontecimientos que encubren infinidad de prácticas cuyo objetivo primordial es asegurarse un sitio en el sofisticado engranaje de corrupción que atenta contra el bien común. Así pues, es apenas lógico que, perdido el significado del arte del buen gobierno, una de las obligaciones más serias de la vida ciudadana como es elegir dirigentes idóneos, haya quedado reducida -para gran parte de la población- a la elemental idea de resultar siendo ganador o perdedor.
Pese a todo -y tomando como referencia una lectura que hace Estanislao Zuleta de la novela José y sus hermanos, de Thomas Mann- “lo más importante de nuestra vida no son los acontecimientos objetivos, sino su significado”, y tal parece que el 27 de octubre algunos hechos sí fueron significativos. Para empezar, para quienes por estructura y convicción seguimos empecinados en transitar por el sendero del medio, el triunfo de Claudia López reivindica a la gran masa que no comulga con los postulados delirantes de los extremos del espectro político. Más allá de adjudicarle un valor sobrenatural a que por primera vez una mujer maneje la capital de un país que por tradición han gobernado meros machos -aunque algunos lo parezcan y no lo sean-, hay que reconocer que en torno a la confusa realidad de Bogotá trabajó con claridad, disciplina y tenacidad. Por otro lado, comienza a caerse el mito de que el senador Uribe se sale siempre con la suya, pero, además, a entreverse que si él llegare a faltar el CD podría pasar pronto a la historia. Por último, se reafirmó la tesis de que derrotar a la guerrilla de las Farc no era solo un asunto de atizar la guerra, sino de implementar estrategias de paz. Derrotarlos en las urnas. Por ahora, neutralizar a sus figuras anacrónicas; ya veremos si alguna vez podrán reinventarse en torno a una ideología menos beligerante, fundamental para un mundo que debe proyectar escrupulosamente su futuro.
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