Con mucha curiosidad me dispuse a ver la película El Guasón, una cinta que ha generado controversia por cuanto se dice que su crudeza es insoportable, y una peligrosa puerta franca a la violencia.
Es un filme que retrata a un hombre enfermo, en un mundo aún más enfermo. Una vez transcurrido el tiempo en que la perturbación acerca progresivamente al protagonista a la locura, la banda sonora de la película señala el momento en que Arthur Fleck entra a la fase más dura de su enfermedad y, paradójicamente, al ingresar en ella por fin accede a ese mundo que lo ha marginado con inclemencia. Suena That´s life, una interpretación de Sinatra que encarna la lucha de un individuo por remontar las vicisitudes de la vida, y su rendición ante la impotencia por conseguirlo. “Pero si nada vibrante aparece/llegado este mes de julio/voy a enrollarme/hasta formar una gran bola/ y morir/ ¡ay! ¡ay! dicen los versos finales de la famosa canción. Es el drama de un individuo que habiendo sido uno más de los seres invisibles que deambulan por una urbe que lo ignora, por fin encuentra una manera de ser visto. “Tres imbéciles menos en Ciudad Gótica” diría tras asesinar a tres jóvenes que son reflejo palpable de una sociedad que perdió el rumbo, tres seres humanos de los que van por ahí creyéndose con licencia para agredir a los demás o hacer de otros objeto de burla. El asunto es que, tras ese primer acto criminal, el asesino siente que su existencia comienza a ser advertida, y poco tiempo después ya es un perverso bufón que cobra venganza contra la sociedad que “lo abandona y lo trata como basura”. Un personaje de ficción que le restriega al espectador que su realidad de hombre desesperado y desesperanzado en un mundo dominado por el capitalismo salvaje, no es muy distinta de la de él no obstante se encuentre bien arrellanado en la poltrona de una sala de cine. Así las cosas, en el desarrollo de la ficción Arthur Fleck –un payaso enfermo y atormentado con quien el público acaba por identificarse secretamente– asume el papel de líder de una horda de inconformes que lo respaldan y lo imitan, entre tanto, en la realidad del espectador la sola idea de haberse solidarizado con el sufrimiento de un asesino serial en tiempos en que tal fenómeno violento azota la sociedad, genera un enorme sentimiento de culpa y es, lógicamente, intolerable. De ahí que la película resulte en extremo dura.
Ahora bien, se diría que digerir tanta crudeza es más fácil para los colombianos. Que con los muchos bufones que hemos visto en escena, aprendimos a distinguir la difusa línea que separa la cordura de la locura, lo correcto de lo incorrecto, la integridad de la perversión. Se creería que la más grande lección que nos dejó vivir bajo el influjo de mentes enfermas como la de Pablo Escobar, fue una conciencia superior en la escogencia de los líderes. Pero no. Todo indica que la sociedad elige e imita a los guasones que más se parecen a ella.
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