Apenas 98 años transcurrieron entre el nacimiento de dos mujeres llamadas Greta que bien podrían ejemplificar la transformación que ha tenido el rol de la mujer en la sociedad, rol que se ha modificado tras un esfuerzo descomunal del género femenino por desligarse de estereotipos que, en múltiples campos, lo tuvieron en situación marginal. Greta Garbo y Greta Thunberg, ambas suecas de nacimiento, aunque a la Garbo sus cualidades artísticas la llevaron a Hollywood y acabó por nacionalizarse estadounidense. La primera, un objeto de deseo, una leyenda conocida como ‘La Garbo’ y ‘la Divina’, de belleza deslumbrante, cuya imagen fue utilizada en la primera mitad del siglo XX para favorecer la entonces floreciente industria del cine. La segunda un sujeto deseante que a sus escasos dieciséis años es activista en la lucha contra el cambio climático, cosa que a todas luces interfiere con los intereses del puñado de privilegiados que mueve la economía mundial.
La primera una diva de la pantalla grande, tímida desde la infancia, seductora, enigmática, ajena a la espectacularidad de la fama; la segunda una adolescente con síndrome de Asperger que, contrario a lo que podría suponerse, se sirve de la palabra para actuar. Si bien la Garbo en su tiempo fue una mujer de avanzada, pasó los últimos años recluida en una extrema soledad que la protegiera del asedio del mundo exterior; entre tanto la Thunberg, que apenas comienza su vida, ya lidera a millones de jóvenes que luchan por un futuro mejor.
Luego de su emocional discurso en la Cumbre de Juventud sobre el Clima de la ONU, a la Greta de este tiempo que hoy ocupa –y preocupa– a una buena parte del planeta, le llovieron críticas. La tildaron de patética, exagerada, enferma mental y catastrofista. Y considerando que el sol es una estrella que ya agotó la mitad de su vida, y que en la historia de la tierra hay fluctuaciones climáticas que se repiten periódicamente, una persona ignorante bien podría concluir que su discurso es dramatismo manipulado. Lo cierto es que en este mundo conspirador es perentorio desconfiar de todo y de todos, pero la crisis climática es real y ostensible en la considerable variación de la periodicidad de tales fluctuaciones, además de que obedece a factores sobre los cuales los humanos tenemos gran responsabilidad. De tal forma, esa verdad resulta incómoda para los intereses políticos y económicos del mundo, y, como suelen reaccionar los indolentes cuando se sienten cuestionados, trinó mordazmente Trump describiendo a Greta Thunberg con ese estado de candidez adolescente con que la perplejidad del género masculino insiste en abaratar la voz de muchas mujeres: “Parece una niña muy feliz que espera un futuro brillante y maravilloso. ¡Qué lindo verla!” Un comentario propio de quienes por conveniencia, o incompetencia, no asimilan el fenómeno climático, ni lo mucho que ha cambiado la mujer entre la Garbo y la Thunberg.