En estos días leí un texto del catedrático Luis Manuel Lasso: “Una comisión de la verdad tiene el propósito de efectuar un ejercicio de catarsis social, algo muy difícil de realizar en un proceso judicial cuya concepción y metodología de búsqueda de la verdad apunta en un sentido distinto. Una comisión de la verdad pretende "inmunizar" a la sociedad contra futuras "violencias" en una terapia colectiva que le permita mirarse a sí misma, advirtiendo el horror que fue capaz de cometer y fijando el horizonte para nunca más volver a transitar el mismo camino”.

¿Cómo lograr una catarsis social en este grado de polarización que vive el país? Ello sin olvidar que hay obstáculos que nos impiden superar antiguos orgullos, hay imposiciones sociales y culturales, y la incapacidad no sólo de dialogar con el otro sino incluso de cada quien mirarse al espejo y cuestionarse. El hombre no puede permitirse sentir y la mujer tiene que actuar como un hombre para hacerse respetar.

Simón Trinidad y Jorge 40 se fueron al monte, cada uno desde la orilla opuesta, con la convicción de que lo hacían para salvar a Colombia. Por sus certezas, ambos empuñaron las armas en busca “del bien” (como dijo Esprit, “En lo que respecta a los hombres, son más perversas las virtudes que los vicios”). Quien tiene certeza está plenamente seguro de no equivocarse, aunque objetivamente su posición pueda contener falacias.

Al menos en este país, el antónimo de verdad no es mentira, sino certeza, es decir, “Lo que escapa de toda posibilidad de duda”. La certeza es más compleja que la mentira porque no presenta encrucijadas y no hay nada sobre lo cual deliberar. Las certezas conspiran contra la posibilidad de incorporar verdades en tanto consideran que ya la tienen y estiman superflua cualquier indagación y debate. En Colombia no basta con contar la verdad. Hay también que desmontar las mentiras y las certezas.

Quienes tienen conocimientos certeros y no dudan de ellos son dogmáticos. El diccionario define: “1. Actitud de la persona que no admite que se discutan sus afirmaciones, opiniones o ideas. 2. Algo indiscutible, fidedigno, innegable, que no admite réplica o cuestionamiento”. La polarización en el país ha llevado a muchos a la certeza y al dogmatismo.

¿Cómo llegarle entonces al estómago, al corazón y al cerebro a quien de antemano desconfía, a quien guarda un prejuicio por el otro, sea quien sea? ¿Cómo lograr empatía en el escucha o en el lector con la complicación de acceder a una sensibilidad que logre ponernos públicamente en el lugar del otro? Esto, teniendo en cuenta que no sólo la polarización nacional “exige” cierta radicalidad, sino que aceptar el dolor ajeno suele ser sinónimo de dar el brazo a torcer, pues implica poner en crisis la propia identidad.

A lo anterior se suma lo que podríamos llamar un rasgo del carácter nacional: la desconfianza. Los colombianos desconfiamos casi que por naturaleza. ¿Es posible desarmar los espíritus nacionales? ¿Es posible confiar en alguien, así sea en uno mismo que es en quien uno menos confía?

@sanchezbaute