Ni una semana del año nuevo y ya lo zarandeamos con defectos perfeccionistas, aumentos por encima del 10%, señalamientos a caciques politiqueros y el “abrazo de Macta”. Le reventamos el resorte al juguete nuevo el mismo día de navidad. Eso de que tengamos cuidado con el 2022 terminará siendo cierto, porque a este ritmo no habrá 2023.

Y como siempre habrá momentos para preguntarse y preocuparse por las respuestas no encontradas y los problemas no afrontados, vamos mejor a dedicar esta primera columna a homenajear algunas inolvidables secuencias que el cine, quizá el más maravilloso de los inventos del ser humano, nos ha brindado a lo largo de su hermosa historia.

La primera, por todo el drama que encierra, es el final de la segunda parte de El Padrino, la esencial trilogía de Coppola basada en el libro de Mario Puzo, convertida ya en un referente de la cultura popular contemporánea. Michael Corleone ha ordenado el asesinato de su hermano Fredo, y él mismo presencia el acto desde la ventana de su casa frente al lago en donde ejecutan la orden. En la imagen vemos un plano general con nuestro personaje principal borroso a través del vidrio de la ventana, mirando de frente hacia un lago que nosotros como espectadores no vemos pero sabemos que está allí. Al escucharse el disparo que mata a su hermano Michael baja la cabeza. Se ha configurado su descenso al infierno, ese que no quería su padre para sí y el mismo del que nunca pudo salir por más que quiso. De alguna manera el director nos protege como espectadores al hacernos testigos ciegos del momento. Suponemos y entendemos lo que pasó por el sonido y las reacciones que vemos, pero no lo vemos directamente.

No comparte con nosotros el horror de la acción de Michael más allá de lo tolerable, y luego solo queda el silencio. Silencio y soledad. Silencio como el grito ahogado con que (no) llorará Michael en el futuro a su hija muerta delante de sus ojos, y soledad como la de su muerte anciano en Sicilia agobiado por los recuerdos de sus decisiones. Así terminará la trilogía 16 años después.

Y la segunda secuencia es de En Construcción, documental del realizador catalán José Luis Guerín en el que sigue a personajes entrañables de un barrio popular de Barcelona sometido a un proceso de gentrificación. Durante la producción, y sin buscarlo, sale a la superficie un cementerio de la época romana, oculto por cientos de años bajo los edificios de la ciudad condal. Guerín hábilmente ubica cámaras y micrófonos para recoger las impresiones espontáneas de los vecinos y paseantes ante el hallazgo. Los comentarios desparpajados y por momentos caóticos terminan por decantarse en un discurso hermoso sobre la mirada inocente y la, ojalá, imperdible capacidad de sorprendernos. La vida que genera el ver lo que queda después de la vida. El relato que construimos sobre lo que la historia nos revela. El cine siendo cine.

Ojalá este 2022 tenga más momentos sorprendentes y relatos trascendentes que silencios y soledades.

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@alfredosabbagh