Asesinan a dos niños por robar unas pendejadas en una tienda. Destituyen a una patrullera de la policía acusada de robarse una crema facial luego de acosarla e intimidarla por su condición de mujer trans. Le dan casa por cárcel al marido que desfigura el rostro de su pareja. Revientan a patadas a un perro y suben el video en redes sociales. A los que disparan a manifestantes los reciben como héroes en reuniones políticas. Una valiente mujer decide libremente poner fin a su sufrimiento y unos burócratas acosados por la godarria camandulera de siempre le niegan su justo anhelo. Se matan líderes sociales, indígenas y madres de familia; mientras que a los que les va bien reciben esquelas con algún chance para salir corriendo.

Y podemos seguir: El Congreso es una cueva de Rolando, en la presidencia le hacen honor a una reconocida canción de Shakira que hace referencia a limitaciones sensoriales y cognitivas; y la justicia, con algunas pocas excepciones, deja claro siempre que es para los de ruana. Los de vestido fino esperan en casa la negociación. Siempre será más peligroso robarse una pastilla de caldo que los recursos para la alimentación o el acceso a internet de niños en condición vulnerable.

Rabia. Enorme, visceral y terrible rabia. Carcome desde adentro y nubla el entendimiento. Vivimos lidiando con la rabia y la indignación que producen la inequidad, desigualdad y el irrespeto total a la condición humana que envuelven a todas y cada una de las situaciones anteriores, duramente reales y todas evitables si en el momento en que se podía las decisiones hubieran sido distintas.

Esa rabia se junta y se confunde con el miedo, ese vecino desagradable al que nos creemos acostumbrados por tenerlo cerca, pero no. Miedo al sonido de las motos, miedo a sentarse en la puerta de la casa, miedo a ir a la tienda de la esquina, a salir a caminar, al acento extranjero, al color de piel distinto, a la pinta como rara. Miedo a levantar la cabeza, miedo a opinar, miedo amplificado en noticieros con relatos construidos a punta de robos y ataques que quedaron “en cámara”, miedo por el grupo de whatsapp, por el muro de Facebook, por el reply del Twitter. El miedo viaja y se reproduce por todas partes.

El miedo vende y la rabia también. Deciden elecciones poniendo a la gente a “votar berraca” por quien se vista con ropajes de superhéroe o superheroína. La vieja fórmula del caudillismo resurge (como si alguna vez se hubiera ido) como remedio eficaz para no sentir ninguna de las dos cosas. Más miedo y rabia da creer que las profundas grietas sociales que atraviesan al país se tapan con algún mesiánico estuco.

Si no nos ponemos de acuerdo en unos mínimos de respeto alrededor del debate argumentado y la búsqueda de puntos comunes que no se negocien ni aplacen, volverán a triunfar la rabia y el miedo a la hora de elegir. Ya llevamos mucho tiempo en ese sonsonete. Ojalá que la energía que le dedicamos a la rabia y al miedo la volquemos a buscar sosiego.

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@alfredosabbagh