Todo está en silencio. Es de noche. La jornada ha sido dura, agotadora. Lo producido no alcanza para cubrir las necesidades mínimas. El olor de los animales que cuida se ha impregnado en su ropa. Unas lágrimas ruedan por sus mejillas. Hace no mucho lo tenía todo, ahora no tiene nada. Escucha los latidos de su corazón mientras repasa, una y otra vez, cada pensamiento. Hay uno que no deja de repetirse: volver a la casa de su padre. Se fue de allí en un arrebato de rebeldía, convencido de que estaría mejor lejos de la mirada de su papá. Pero no fue así.

Al principio, con lo que su padre le había dado, pudo organizar fiestas y disfrutar al máximo. Nunca pensó que los recursos se acabarían si no se usaban con inteligencia. Hasta ese momento, su padre, ese hombre bonachón y amable, siempre le había asegurado todo. Pero pronto no quedó nada, y tuvo que buscar empleo. No sabía hacer mucho, lo que lo llevó a esa hacienda, donde cuida cerdos. Pagan mal, no hay tiempo, y pasa hambre, pero al menos tiene un techo bajo el cual dormir cada noche.

"Volver a la casa de mi padre", pensó nuevamente. Estaba seguro de que allí estaría mejor, porque su padre siempre trataba bien a sus jornaleros. Quizá ya no volvería a ser el hijo mimado de antes, pero al menos tendría condiciones dignas para vivir. Además, pensó en su hermano mayor, quien siempre lo había protegido. Sentía que lo recibiría con los brazos abiertos.

Aquella noche durmió con la firme decisión de volver a casa, porque entendió que ese era su verdadero lugar. Al día siguiente, se levantó temprano, habló con el capataz de la hacienda y, con las pocas monedas que tenía, emprendió el viaje de vuelta. Cuando estaba a unos 200 metros, divisó a su padre, quien miraba atento hacia el horizonte, como quien espera a alguien. Tuvo temor de ser rechazado, pero estaba decidido a reconocer su error y pedir perdón. Al verlo, su padre sonrió tiernamente y salió corriendo a su encuentro con los brazos abiertos. Lo abrazó, lo besó y le recordó cuánto lo amaba. Al entrar en la casa, su padre ordenó que prepararan una gran fiesta, mientras exclamaba: “He recuperado a este hijo que estaba perdido”. Todos celebraron. Sólo faltaba su hermano mayor, que estaba llevando el ganado a pastar; con él, la fiesta sería aún más grande.

Te cuento esto porque quiero que sepas que no hay mejor lugar para estar que en la presencia de Dios. Solo en Él hay plenitud. Si te has alejado, no temas volver; Él te espera con los brazos abiertos para celebrarte y hacerte feliz. Y si ya estás con Él, no permitas que la rutina te robe la alegría de disfrutar su gracia y su bendición.