Me gusta este verso de Ramón de Campoamor: “Y es que en el mundo traidor//nada hay verdad ni mentira//todo es según el color del cristal con que se mira”. Me gusta, porque nos recuerda la función determinante de la interpretación para comprender cada situación de la vida.
El ser humano debe ser lo más realista posible y constatar la realidad desde los datos y los hechos, sin engañarse distorsionándolos. Nada que nos saque de la realidad nos ayuda a construir un proyecto de felicidad. También creo que es necesario ser siempre optimistas, esto es, esforzarse siempre por ver la perspectiva positiva de la realidad. Ser optimista no es desconocer las desgracias, ni negar la frustración que algunas veces padecemos en la vida, sino volver un hábito el descubrir lo “bueno” que hay detrás de cada situación.
Me asusta la tendencia pesimista que por estos días recorre las calles: “Todo está mal”, “nada funciona”, “todo es terrible”, “vivimos en un platanal”, “las instituciones no sirven”, leo en redes y escucho en el servicio público con frecuencia.
Discúlpenme, pero no creo que eso sea así. Entiendo todos los problemas que padecemos –algunos parecen eternos y sin solución-, sé que muchos están pasando momentos muy duros y que se requieren acciones que transformen y resuelvan las dificultades más urgentes y dañinas que tenemos, pero no todo está mal. No es cierto que estamos en el infierno y que todo tiene que ser cambiado. No es verdad que estamos en un mundo distópico que debe ser borrado totalmente si queremos tener alguna posibilidad de felicidad.
Obvio que tampoco creo que estemos en el cielo y que haya que sostener el statu quo de nuestra realidad, pero estoy seguro que ese pesimismo nos lleva a tomar decisiones equivocadas y a confiarnos en soluciones mágicas que siempre salen mal. Sospecho que detrás de ese pésimo hay un cristal ideológico que busca mostrarnos a algún mesías que seguro se va a crucificar por nosotros para que tengamos salvación. Seamos críticos y dejemos que también los valores, las buenas prácticas, los logros, las conquistas se hagan evidentes y nos sirvan como catalizadores para seguir creciendo y generando mejores condiciones de vida para todos.
Sé que cuando presento mi visión optimista, muchos me tachan de ingenuo, porque están convencidos de que si se revuelcan en el pantano de sus desgracias, sin esperanzas, podrán estar mejor. Pero mi opción de vida me hace creer que desde todo lo bueno que somos y tenemos, podemos responder a los desafíos imperiosos de nuestra sociedad. No le hagamos el juego al ciclo del pesimismo que destruye para convencernos que lo peor está por llegar.
Prefiero inspirarme en las personas que me aman, en lo que me produce placer, en la posibilidad de luchar por el otro, en las canciones que me sé y mal canto, en las caricias que la vida me da para creer que podemos estar mejor y responder a la necesidad de que los otros –los menos favorecidos, los empobrecidos- también lo estén. Soy optimista, creo que sí podemos construir espacios en los que desde nuestras capacidades, trabajando duro, hagamos presente aquí el cielo que nos prometieron después de la muerte. Como le decía Axel Honneth a los intelectuales: “Tenemos la obligación moral de no ser pesimistas. Va contra la democracia hacer creer a la gente que carece de capacidad para cambiar las cosas”