De niño escuché muchas veces ese mito sobre el avestruz, el cual, según muchos, escondía su cabeza en la tierra ante los riesgos y las amenazas. Hoy tengo claro que no es cierto y que esta ave no es cobarde, y desde sus posibilidades enfrenta los peligros que la existencia le propone. Pero lo que sí es cierto, es que muchos humanos, individualmente y en grupo, prefieren creer y optar por la indiferencia y soslayar las dificultades en vez de solucionarlas.

Algunos suponen que evitando hablar sobre los problemas y dejando de enfrentarlos, estos se van a solucionar. Por estos días se volvió un éxito la canción No se habla de Bruno de la película de Disney Encanto, en la cual se plantea la idea de evitar hablar de un personaje conflictivo, como si eso evitara su existencia o como si así se cambiara la realidad. Creo que esta canción se vuelve una oportunidad para descubrir que hay temas que por evitar a toda costa mencionarlos, se convierten en fuente de dolor y en un ancla que no permite ser feliz.

Así las cosas, me pregunto: ¿De qué estamos evitando hablar las familias hoy? No hablamos de lo diferente; sí, nos da miedo el que no cabe en nuestros paradigmas mentales y preferimos relegarlo y ocultarlo. No hablamos de nuestra salud mental y emocional, quizá porque estamos convencidos de que todos somos sanos, y escuchamos más los discursos optimistas desencarnados de la realidad que no nos permiten asumir lo enfermos que podemos llegar a estar. No hablamos de los secretos familiares no entendidos, sosteniendo unos reconocimientos falsos que olvidan las lecciones que esos errores o situaciones pueden generar. No se habla de las ovejas negras de la familia, que no son más que los chivos expiatorios que tranquilizan la conciencia de aquellos que también son responsables, pero culpando a otros se sienten más tranquilos. No hablamos del pasado, porque nos da miedo entender los errores que cometimos y creemos que ellos se pueden guardar debajo de la alfombra.

Hoy más que nunca, hay que tener claro que si queremos ser felices, tenemos que ser capaces de quitarnos de encima el miedo y aprender a hablar de toda nuestra realidad, y creo que debemos hacerlo mínimo con tres actitudes: La primera es con realismo, porque no por negar la verdad, esta deja de ser; necesitamos asumirla con inteligencia y serenidad, teniendo claro que ella siempre, tarde o temprano, sale a la luz. La segunda es el amor, sabiendo que la decisión de amar a los nuestros tiene que ir más allá de toda diferencia, error o sufrimiento; hay que construir las relaciones sanando eso; el amor es capaz de sanar y liberar, porque nos recuerda que somos más que la suma de nuestras equivocaciones. Y la tercera la responsabilidad, entendiendo que debemos ser cuidadosos y que la asertividad y la empatía siempre son necesarias.

Para ser mejores seres humanos, debemos conocer, aceptar y amar lo que somos. Solo podemos transformar aquello que conocemos, por eso mientras sigamos creyendo que los errores y las dificultades es mejor esconderlas, antes que lucharlas, seguiremos cultivando un dolor que después puede ser peor. Hay que atreverse a hablar de lo incómodo, de aquello que nos saca de nuestra zona de confort y nos lanza a pensar de manera diferente. El mejor momento para hablar de lo difícil es ahora.