El ser humano es un amasijo de impulsos. Uno de ellos lo lanza siempre hacia el futuro. Vive desde la carencia y la necesidad, en búsqueda de su realización, ya que es un acto inacabado. El deseo, como una fuerza creadora y transformadora, lo mueve en cada una de sus empresas personales y sociales. Vive abierto a lo que todavía no es.
La experiencia de Dios no puede ser una manera de conformarse con las situaciones de injusticia, de sufrimiento y de dolor, sino que tiene ser un motor para que ese pathos, que conmueve al ser humano, se manifieste en transformaciones concretas. Así lo entendemos en la llamada Teología de la Esperanza del teólogo alemán Jürgen Moltmann, fruto de su diálogo con el pensamiento del filósofo Ernst Bloch y su “principio esperanza”; nos sugiere que “en los seres humanos, el conocimiento del ‘Dios viviente’ despierta sed y hambre de vida… les hace sentirse insatisfechos con lo que son y los impulsa a buscar un futuro en que entrará más vida, en las vidas que ya tienen”.
En su discurso teológico, se nos propone entender la vida en clave de promesa-cumplimiento, que es una de las líneas síntesis de la historia bíblica, y destaca que esta impone al ser humano el luchar por la construcción de las condiciones para que la utopía –cualquier sueño anhelado- sea una realidad en su existencia diaria. La trascendencia se encarna en un compromiso histórico real; lo sublime, lo divino, se hace presente en unas batallas cotidianas concretas.
Re-leer “la teología de la esperanza” en tiempos de cuarentena me hace entender que la única posibilidad que tenemos hoy, es concentrarnos en el presente con la mirada puesta en el futuro deseado. No podemos ceder a la tentación de perder el control por la ansiedad del mañana, ni podemos reprimir el deseo de alcanzar el “telos” –como un fin de plenitud- por las penurias del presente. Ni ansiosos por el mañana que no existe y que tenemos que construir, ni enajenados por el dolor del presente, perdiendo toda visión del futuro. Eso se traduce en una experiencia espiritual que nos ayude a controlar las emociones y usarlas como motivo para encontrar soluciones que realicen nuestro proyecto de vida.
Que quede claro que la esperanza no es una invitación al conformismo, ni a la resignación, sino un empujón a la acción, en este caso a cuidarnos, a ser solidarios, a dar lo mejor de cada uno. Quien cree que el futuro será mejor, tiene más fuerza para trabajar en el presente.
La experiencia espiritual desde la perspectiva de la teología de la esperanza de Moltmann, no sólo debe llenar de serenidad y paz al ser humano, sino que lo debe hacer un gestor, un emprendedor de todas las condiciones que permitan la realización del futuro deseado.
Por estos días debemos tener momentos espirituales (oración, meditación, lectura de poesía, contemplación, etc.) en los que permitamos que ese impulso hacia un futuro mejor, nos posibilite tener paz, serenidad, armonía y nos ocupe en lo que hoy podemos hacer por vivir. Dicho en palabras del teólogo alemán “Paz con Dios, significa discordia con el mundo, pues el aguijón del futuro prometido punza implacablemente en la carne de todo presente no cumplido”.