El país va a cerrar el año en medio de la incertidumbre que ha generado la crisis de los partidos políticos, los cuales no han sabido anteponer el interés general a las rencillas personales que terminan eclipsando los beneficios de una sana democracia. Entre la conformación de las listas al Congreso -muchas de las cuales se han construido con criterios que no las favorecen- y un sinnúmero de candidatos a la Presidencia, se ha ido perdiendo el foco de lo que realmente necesita el país en este momento. Muchos sostienen que se requiere unión, y tienen razón, especialmente porque hay varios candidatos con visiones políticas similares; sin embargo, los desafíos de las próximas elecciones superan la necesidad de crear grandes coaliciones o alianzas políticas para evitar la dispersión del voto.
En cualquier caso, es completamente razonable sostener que, en estos tiempos, resulta riesgoso que los votos de proyectos políticos afines se fragmenten y que esa división termine otorgando el triunfo, en la segunda vuelta presidencial, a alguien que no represente políticamente a la mayoría del país. Es una situación que ya vivió Bogotá en 2011, cuando Gustavo Petro resultó elegido alcalde.
Sin embargo, más allá de este problema -que es evidente y ojalá sea superado en los próximos meses- existe un asunto menos relacionado con la mecánica electoral y más con la esencia de la política: la ausencia de una narrativa clara, consistente y ambiciosa por parte de los partidos y de los candidatos hacia el país. Durante los últimos años, el discurso se ha centrado casi exclusivamente en el antipetrismo. Y, por supuesto, con los escándalos y decisiones del actual gobierno, resulta difícil que no sea así. Pero ese tipo de discurso tiene un techo electoral, y es allí donde quienes aspiran a gobernar deberían enfocar su atención.
Es claro para una gran parte del país que el gobierno ha tenido un efecto devastador para Colombia, pero señalar lo obvio ya no es suficiente. Se requiere ir más allá, con propuestas reales y con una narrativa que proponga una visión de país menos petrocéntrica, más orientada a resolver los desafíos estructurales que hoy afrontamos. La política no puede reducirse a un reflejo reactivo frente al gobierno de turno, porque ello termina por limitar la imaginación colectiva y la capacidad de proyectar un horizonte común.
Como bien sostuvo el columnista Thierry Ways en un mensaje en X, estamos ante una preocupante ausencia de propuestas y relatos que entusiasmen. Y en política, como en casi todo en la vida, el entusiasmo es absolutamente esencial. Tal como pinta hoy el panorama, las personas no van a salir a votar desde el optimismo, sino desde el rechazo. Y esta realidad puede llevarnos a un problema mayor: si el país no trabaja en un relato de propósito compartido, pensado para el mediano y largo plazo, la pendularidad electoral hará que cualquier proyecto de desarrollo que requiera continuidad sea difícil o casi imposible de ejecutar.
Colombia necesita más que una coalición para evitar la dispersión del voto: necesita una coalición por algo. Una narrativa que devuelva el entusiasmo, que recupere la confianza, que ordene prioridades y que vuelva a poner al ciudadano en el centro de la conversación pública.
@tatidangond








