Petro logró lo que quería: el país entero hablando de cómo a él y a su gabinete les quitaron la visa, rasgándose las vestiduras porque, supuestamente, esto golpea nuestra dignidad. Que en lugar de discutir sobre inseguridad, economía o corrupción, estemos pendientes de si al ministro o al funcionario de turno le quitaron la visa. En Nueva York, el presidente salió a las calles no a representar a Colombia, sino a alimentar el libreto electoral del imperio contra el pueblo. Y el guion le salió perfecto; todos durante una semana hablamos de eso.
Usó a Gaza como excusa, como ya es frecuente. Pero las cifras no le siguen el discurso: durante la era Biden murieron más de 30.000 palestinos en ataques israelíes, según la ONU. Durante esos dos años Petro poco se pronunció; solo cuando llegó Trump cambió el tono. Y lo irónico es que Trump, a quien Petro responsabiliza de todo, ha hecho más por la paz en Gaza de lo que él mismo ha logrado: puso sobre la mesa un plan concreto recibido por Israel y que hoy estudia Hamás, un esfuerzo reconocido públicamente por líderes de Europa, del mundo árabe e incluso Rusia, mientras Petro solo acumula arengas que nadie escucha.
Encontró lo que buscaba: un enemigo a la medida y un recurso inagotable para inflamar el nacionalismo antes de elecciones. Nos descertifican, nos quitan la visa y permiten un genocidio en Gaza; bajo esa narrativa, nos atacan y, por tanto, hay que mantener la frente en alto y nunca arrodillarse ante el imperio. Esa es la “dignidad” de la que habla Petro. Todo con tal de desplazar los problemas reales a un ring imaginario contra Estados Unidos, gritándole al imperio en Manhattan y repartiendo amenazas como si fuéramos potencia.
Para él la dignidad es la foto de ministros despojados de su pasaporte diplomático como si fueran héroes de la resistencia. La dignidad es otra cosa. Es pensar en cómo mejorar la vida de los colombianos. Es conseguir más socios, no menos. Es fortalecer relaciones que traen inversión, empleo y cooperación. Dignidad es bajar la pobreza, dar seguridad en los barrios, garantizar educación y salud.
Y aquí hay algo adicional que debería hacernos reflexionar. En medio de los debates por la visa, el propio Gustavo Bolívar, tan cercano al petrismo, confesó que ha dado todo por este proyecto, pero que no va a entregar su visa por un “fanatismo”. Ahí está la paradoja: hasta ellos mismos lo reconocen como un fanatismo.
Un país digno no necesita inventar enemigos para sentirse fuerte. Se respeta porque respeta a su gente. Pero hoy ocurre lo contrario. Petro dice que “defiende” al pueblo enfrentando a potencias, mientras en la práctica lo sacrifica con más inseguridad, más aislamiento y menos oportunidades. Y un gobierno que sacrifica a su gente en nombre de una causa externa no es digno: es lo contrario de lo que predica. La dignidad real no se grita desde una tarima; se construye todos los días en la vida de los colombianos.
@miguelvergarac