El pasado martes, el país escuchó al presidente en una alocución presidencial extensísima, marcada por una notable dispersión argumentativa, uso selectivo de datos, victimismo y mensajes erráticos. En la extrema prolijidad de su intervención, se presentó un discurso cargado de inconsistencias, imprecisiones terminológicas y ataques dirigidos, entre otros, a la prensa, la justicia y la oposición; en síntesis, a todo aquello que le resulta incómodo de la democracia y sus instituciones. Irónicamente, también intenta lavarse las manos frente a los errores de su propio gobierno, como si señalar a sus exfuncionarios lo eximiera de la responsabilidad política que le corresponde.
Analizar la conducta del presidente Petro es, por supuesto, una tarea compleja. Implica comprender un estilo de gestión hasta ahora desconocido en Colombia, que puede inscribirse dentro de una tendencia global de liderazgo caótico, compartida con otros homólogos en distintos polos del poder público. Este tipo de liderazgo se nutre de la fragmentación social, fomenta divisiones profundas, utiliza las redes sociales para agudizar la polarización y carece de coherencia o lógica en sus anuncios, decisiones y discursos. Todo ello se evidenció en la reciente alocución y en el consejo de ministros, donde el presidente hizo saltos temáticos abruptos, pasando de cifras del sector salud a los hipopótamos, en una línea argumentativa que, usando su propia terminología, resultó absolutamente “atortolante”.
Andrea Rizzi, corresponsal de asuntos globales de El País, escribió recientemente una columna en la que denomina “los señores del caos” a líderes como Donald Trump, Vladímir Putin, Benjamín Netanyahu y Alí Jameneí, destacando patrones de conducta comunes entre ellos: el desprecio por el derecho internacional, el debilitamiento de las instituciones y, por supuesto, la instrumentalización de la polarización. Muchas de estas conductas también se evidencian —con sus matices— en líderes latinoamericanos como Gustavo Petro o Javier Milei, quienes, a pesar de estar en extremos opuestos del espectro ideológico, comparten el uso de la retórica del desconcierto y la confrontación como su principal capital político.
Esta tendencia en el liderazgo no solo merece análisis desde una perspectiva informativa, sino que exige una reflexión profunda sobre el país y el mundo en que queremos vivir. En el caso de Colombia, resulta evidente que, si seguimos transitando el camino de la improvisación, continuaremos retrocediendo social y económicamente. Es urgente preguntarnos si seguiremos tomando decisiones impulsados por las emociones del momento o si, por el contrario, optaremos por construir el futuro del país con seriedad, experiencia, sensatez y honestidad. Los colombianos merecemos un liderazgo que piense en el desarrollo, que convoque y construya consensos, no que promueva el caos, la fragmentación y la confusión entre los ciudadanos.
@tatidangond