Daniel Santoro, uno de los grandes reporteros investigativos de Argentina, resumió en la frase que uso hoy de título el rol del periodismo en una sociedad democrática.
La frase traduce, metafóricamente, que ese perro guardián debe ser independiente, crítico, veraz y actuar como contrapeso del poder con la garantía de no sufrir represalias (llámense ataques físicos o denuncias penales). Por supuesto, lo peor que puede suceder es que ese perro guardián devenga en una mansa mascota incapaz de ladrar denuncias fundamentadas. Santoro ha sido amenazado de muerte y denunciado en varias ocasiones por injuria y calumnia. Siempre ha salido airoso.
En alguna parte oí o leí que el gran Juan Gossaín contó que en la época en que su famosa ‘Crónica del día’ destapó las ollas podridas de las antiguas y liquidadas EPM de Barranquilla, la gerencia de esta entidad quiso un día aplacar o detener las denuncias ofreciéndole publicidad al diario. La respuesta del director, doctor Juan B. Fernández Renowitzky, fue tajante: “Aquí no se reciben esos avisos”.
Mi primera vivencia con el mal genio del poder ocurrió en mayo de 1981 en medio del cubrimiento que me correspondió hacer como redactor de planta de este diario a una epidemia de gastroenteritis que asoló a la niñez pobre de Barranquilla. Abriendo en primera página, yo escribí que la unidad departamental de salud, según el ministerio del ramo, había dejado vencer unas vacunas para los infantes, y la reacción del furioso director seccional fue sacarme casi a empellones de su despacho. Me gritó: “Dile a Juan B. que me ha hecho un terrible daño”.
En este largo ejercicio periodístico siempre he tenido la precaución de basar mis trabajos en hechos, estudios, libros y voces expertas. Y sobre todo me he esmerado en escribir fundamentado en la motivación profunda de servir el interés público.
Tal vez mi único amago de injuria – conjurado a tiempo - sucedió una vez que redacté (para una revista de EL HERALDO) una nota sobre la virginidad, un poco subida de tono, con un epígrafe de Shakespeare. Olguita Emiliani, mientras colocaba un cigarrillo recién prendido en un cenicero repleto de colillas, me dijo: “Niño, olvídate de ese tema del himen de las señoritas. No quiero que las señoras beatas de Barranquilla me llenen el periódico de cartas”.
En las democracias las tensiones entre el poder y el periodismo no deberían resolverse por la vía de la criminalización de la información y la opinión. La justicia penal tiene cosas más importantes que atender. El expresidente Belisario Betancur dijo una vez: “Prefiero una prensa desbordada que una prensa amordazada”.