En las últimas dos décadas, Chile se ha consolidado como una de las democracias más sólidas y una de las economías más estables e importantes de América Latina. Es un ejemplo a seguir en muchos aspectos, especialmente por la forma en que ha gestionado la transición del poder entre distintas visiones políticas.

Desde la caída de la dictadura en 1990 y antes de la llegada de Gabriel Boric a la presidencia, el país vivió una alternancia entre la centroizquierda y la centroderecha. A pesar de las diferencias ideológicas, todos los gobiernos compartieron un compromiso con la modernización del Estado y el crecimiento económico.

La centroizquierda gobernó durante los primeros diez años de la democracia, liderada por la coalición Concertación de Partidos por la Democracia.

La alternancia se produjo con la llegada de Sebastián Piñera en 2010, marcando un giro hacia la derecha. En general, los partidos demostraron un firme compromiso con las instituciones, la democracia y el desarrollo del país.

Ese es, quizás, el modelo que otros países latinoamericanos deberían seguir, donde los cambios de gobierno no deberían implicar retrocesos ni el desconocimiento del interés nacional frente a preferencias políticas.

Con la llegada de la nueva izquierda, en cabeza del presidente Gabriel Boric —líder del movimiento estudiantil cuyas manifestaciones en 2011 transformaron el eje del debate político chileno—, el país ha enfrentado ciertos reveses en materia económica (aunque no tan graves como los de otras naciones de la región) y escándalos de corrupción que involucran a personas cercanas al gobierno.

Aun así, entre los chilenos es común escuchar que sus instituciones son tan sólidas que, más allá de lo que muchos consideran una crisis, el Estado de derecho, la democracia y su institucionalidad económica permanecen estables.

Ese es otro rasgo esencial de un Estado moderno: que, más allá de las decisiones de un gobierno en particular, el país funcione y su institucionalidad no esté en riesgo de colapsar ante cualquier error del Ejecutivo.

Como se plantea en el libro El gobierno de Gabriel Boric: entre refundación y reforma, cuando los ciudadanos viven un Estado comprometido con la modernización y el crecimiento, se desarrolla una cultura política que favorece el respeto por las instituciones, un elemento que es esencial para la estabilidad de los países.

En las próximas elecciones presidenciales, que se celebrarán en noviembre de este año, lo más probable es que la derecha llegue al poder —ya sea la derecha tradicional, representada por Evelyn Matthei, o la “nueva derecha”, con José Antonio Kast—. Sea quien sea el próximo presidente, el mensaje que deja Chile es claro: la institucionalidad y la democracia no están en juego con la alternancia del poder.

@tatidangond