El 12 de mayo de 2024 fue publicada en este medio una columna que titulé Las madres de Gaza. En la mañana de ese mismo día, recibí un correo electrónico en cuyo asunto se lee Pregunta. La misiva, bien titulada por su emisora de apellido judío, solo tenía un objetivo. Hacerme una pregunta sobre el texto que yo había escrito: «¿Por qué ni una sola mención a las madres israelíes, que también han perdido a sus hijos?». Nunca le di respuesta. Hasta hoy.

En toda guerra o conflicto siempre habrá al menos dos bandos. Y esa es una verdad inescrutable de la cual no tenemos por qué avergonzarnos, a no ser que nos ubiquemos del lado absurdamente opuesto a la justicia. Hoy, un año después de haber escrito sobre la tragedia de las madres gazatíes —que trasciende cualquier descripción que intentemos hacer de lo que supone ver morir a los hijos en condiciones infrahumanas—, en esa región de la supuesta tierra prometida la crisis humanitaria arrecia.

Los titulares de prensa, como es apenas lógico, solo destacan el drama de las madres de Gaza, víctimas de lo que a todas luces es un genocidio orquestado por el Estado de Israel. No es ficción, ojalá lo fuera. No es exageración, ojalá se tratara de una macabra hipérbole. Lo que siguen viviendo los niños y niñas, las mujeres, los hombres y los ancianos gazatíes es una realidad sin precedentes en un siglo que suponemos “evolucionado”. Echar la vista atrás y ubicarse en períodos lamentablemente históricos, como el transcurrido entre 1939 y 1945, siempre será necesario.

Pero aún no valoramos de forma suficiente el pasado como para asimilar que no existen seres humanos con mayor valor que otros, o bien, para no terminar mutando de víctimas a victimarios. Al tiempo que el ejército israelí intensifica sus ataques, 2,1 millones de personas en Gaza sufren una inseguridad alimentaria de agudas dimensiones. Cuatrocientos setenta mil palestinos se enfrentan al monstruo del hambre. Y, lo que más duele, miles de niños y niñas sufren por una desnutrición que la ONU ha expuesto como «crítica».

En Gaza, la ayuda humanitaria es una triste ilusión. No hay alimentos, combustible, medicamentos ni agua potable. Más del noventa por ciento de los bebés y mujeres embarazadas o lactantes no cuentan con los nutrientes básicos. Más de setenta mil niños menores de cinco años están gravemente desnutridos… y más de catorce mil, en estado crítico.

El hambre como herramienta de guerra o como instrumento de control es la apuesta de Benjamín Netanyahu. Esta columna no se titula Muertos de hambre por los palestinos que padecen la hambruna. Netanyahu y quienes integran su gobierno son los verdaderos muertos de hambre de esta horrible historia. Por miserables.

@catalinarojano