Con Colombia al frente de la presidencia pro tempore de la CELAC, el país asume la responsabilidad de desempeñar un papel de liderazgo importante en la cohesión de América Latina y el Caribe. Más allá de la heterogeneidad política e ideológica de la región, esta tarea se convierte en una necesidad ineludible frente a las políticas migratorias y arancelarias del gobierno de Donald J. Trump. Mientras el resto del mundo, en especial la Unión Europea, se une en bloque para responder de manera conjunta a dichas políticas, los países latinoamericanos y caribeños continúan enfrascados en disputas ideológicas que les impiden alcanzar un consenso sobre una hoja de ruta para una mayor integración económica regional.
Cabe advertir que, si bien resulta muy difícil lograr una postura conjunta frente a Estados Unidos en el marco de la CELAC, sí podrían impulsarse nuevos acuerdos comerciales a nivel regional para hacer frente a la volatilidad económica que puedan generar las políticas estadounidenses en la región.
No es una tarea sencilla. Ha sido el anhelo de muchos líderes que, a través de diversas organizaciones —la ALALC, luego la ALADI; el Pacto Andino, luego la CAN; el Grupo de Río, luego la CELAC; UNASUR, luego PROSUR, entre otras— han intentado construir una agenda económica y comercial conjunta, sin lograr cumplir las expectativas generadas. En América Latina y el Caribe, la integración suscita numerosos recelos, no solo por las claras divisiones políticas que han marcado la historia regional, sino también por la dificultad de ceder soberanía, lo que podría estar relacionado con su antecedente colonial. A diferencia del modelo europeo, que contó con incentivos externos por parte de Estados Unidos para facilitar su integración, los países latinoamericanos y caribeños no han recibido apoyos similares. A ello se suma la baja interdependencia comercial entre los países de la región, cuyos principales socios comerciales no se encuentran en el vecindario.
Una muestra de esta fractura fue la negativa de Paraguay, Nicaragua y Argentina a aprobar la Declaración de Tegucigalpa del pasado 9 de abril, lo cual afecta tanto el mensaje de cohesión política como el principio de unanimidad que rige la toma de decisiones en la CELAC. Aunque los esfuerzos por generar consensos podrían llevar a la región a adoptar posturas más sólidas y a realizar mayores y mejores intentos de integración, la cercanía entre Javier Milei y el gobierno de Estados Unidos debilita, sin duda, las posibilidades de articular una respuesta regional unificada, al menos en materia arancelaria. Desde una óptica realista, la prioridad de Milei seguramente será el alineamiento con Estados Unidos por encima de una agenda regional, reflejando una lógica de “Argentina First”.
En cualquiera de los casos, lo que está en juego no es solo la cohesión política, sino la capacidad de América Latina y el Caribe de adaptarse al nuevo orden global. Ojalá que este sea el punto de inflexión que impulse, al fin, una unidad regional que trascienda los discursos y se traduzca en acciones concretas.
@tatidangond