Con la reciente publicación del Informe Mundial de Felicidad, elaborado por la Universidad de Oxford, vale la pena analizar el descenso del ranking de Colombia. Con otras mediciones, Colombia fue catalogado como el país más feliz del mundo, pero en esta que es la más completa de 147 países observados, Colombia ocupó el puesto 61, mientras que Costa Rica logró el sexto lugar y México el décimo. Lo preocupante es la tendencia descendente de Colombia en los últimos años: en 2018 se encontraba en el puesto 37, en 2020 cayó al 44, en 2021 al 52, en 2022 al 66 y en 2023 al 72. En general, los temas de bienestar emocional son satanizados por los medios como una preocupación superficial. ¿Pero entonces sí importa que los colombianos seamos menos felices?
Malcolm Deas destacaba que al preguntarle a un colombiano cómo está la respuesta solía ser un simple “ahí vamos”, imprimiendo una permanente situación de adversidad, pero también una actitud resiliente para superarla. El premio Nobel Angus Deaton determinó que la correlación entre ingresos y felicidad, en el contexto de EE. UU., a partir de los USD5.000 al mes se empieza a aplanar. No obstante, a pesar de las dificultades económicas hay mucho que podemos hacer para mejorar la salud mental.
Este retroceso no solo se debe a factores objetivos como el ingreso per cápita y la esperanza de vida, sino también a factores subjetivos como el apoyo social, la libertad para tomar decisiones, la generosidad y la percepción de la corrupción. Mientras nuestros pares mejoran, Colombia retrocede. Eso sí hay un aspecto en el que el país obtiene resultados especialmente bajos: generosidad, incluso ajustada por nivel de ingreso. El estudio muestra que ayudar al prójimo tiene un impacto estadísticamente relevante en el bienestar personal. En donaciones a causas benéficas, se ubicó en el puesto 130; en voluntariado en el 100, y en disposición en ayudar a un desconocido en el 80.
Además, el informe incluye un experimento en el que los investigadores “pierden” billeteras en la calle para evaluar la percepción de cuántas serían devueltas. Tristemente, los resultados no son alentadores: cuando la encuentra un vecino, el país ocupa el puesto 119; si la halla un extraño, el 113, y si es la Policía, el 121. Efectivamente, en Colombia no se puede dar papaya, no confiamos en ningún otro colombiano, no percibimos el apoyo social, esto es coincidente con otro estudios.
Con el riesgo de sonar idealista, el Estado podría promover la filantropía y el voluntariado, más allá de sus obligaciones con el presupuesto estatal, cada líder podría hacer más visible su trabajo personal. Incluso el Congreso podría establecer incentivos o días cívicos para fomentar la cultura solidaria. Es fundamental cambiar la percepción de que “el que ayuda es tonto”, porque en realidad, al hacer el bien a otros, nos beneficiamos a nosotros mismos.
En lo personal, junto con mi esposa, María Margarita Amín, apoyamos activamente diversas causas filantrópicas no solo por satisfacción propia, sino para que nuestras hijas crezcan con este referente. También procuramos que tengan experiencias apreciando la diversa belleza del país, para que su concepto de bienestar sea diferente del monetario. Al final del día, la felicidad está más en dar que en recibir.