En la esquina de la calle 28 con carrera 28, Calle Almendra con Bocas de Ceniza, del barrio Rebolo, queda la Casita de Paja de Alberto de la Hoz Monsalve, la persona a quien le debo haber aprendido el arte de “picotear” en la esquina, es decir, manejar los controles del “picó”, ese tótem sonoro que pone a gozar a la gente con su música, de tal manera que el ambiente se mantenga en lo más alto de la gozadera. El picó de la época consistía en dos platos juntos, cada uno con su brazo y aguja, sobre los cuales se colocaban sendos acetatos con la música que debía alegrar los espíritus.
Evelio Pallares Barrios, mi querido hermano fallecido, fue quien me llevó a esa esquina a escuchar música salsa, una casa pequeña de paredes de barro con techo de paja, la calle estaba invadida de mesas y taburetes que apenas permitían el paso de los carros; el interior era una pista de baile pequeña con un parlante del tamaño de una nevera, y un bar más pequeño con un enfriador como separador. En el siguiente cuarto estaba el gran tesoro del bar, una colección de música salsa desde sus orígenes hasta la actualidad, organizada en cajas según nombre de orquesta, cantante, instrumento.
Mi aprendizaje se inició desde ese primer día descrestado por el pulso firme y la precisión de El Flaco Alberto para cambiar la aguja de un acetato al otro en el momento exacto en que termina una canción y empieza otra, así como la facilidad para encontrar en segundos el “lomplei” (long playing) donde está la canción que acaban de solicitarle, y la cantidad de datos que cita de cada tema. Me propuse aprender todo eso.
La Casita de Paja se volvió el punto de reunión de los médicos que trabajábamos en el Curramba Memorial Jóspital y yo aproveché cada encuentro para aprender sobre música salsa a unos niveles de conocedor del tema y terminé siendo américan bróder de El Flaco, quien premió mi esfuerzo de alumno al concederme dos horas sentado en su puesto de picotero, donde no se sienta cualquiera, la noche anterior a mi viaje para ir a especializarme en psiquiatría. Esa noche me gradué como Picotero.
No he vuelto a la Casita de Paja en mucho tiempo, ni sé cómo está o si está, el mismo Flaco me dijo hace ratos que mejor no fuera porque las cosas en Rebolo se habían puesto “barro” con el cuento de las guerras entre pandillas y las fronteras invisibles, lo cual resulta incómodo porque me ha retirado también de muchos amigos que tengo en ese barrio tan querido por todos los médicos que nos relacionamos con gente bella que nos quiere igual gracias a El Flaco Alberto, quien acaba de fallecer el pasado mes de noviembre.