Existen individuos que han accedido al Congreso de la República sin tener claridad sobre su propósito, carentes de criterio, juicio o preparación para ejercer el cargo. Como consecuencia, terminan obstaculizando gravemente el desarrollo del país desde una de las instituciones más trascendentales del Estado colombiano. Hace dos semanas, fue Miguel Polo Polo, con su conducta inexcusable hacia las víctimas de ejecuciones extrajudiciales perpetradas por miembros de las Fuerzas Armadas; y esta semana, Susana Gómez Castaño (Boreal), con su diatriba en contra de la educación. Ambos comparten una inusitada fama derivada de su activismo, pero, lejos de canalizarla hacia cambios positivos para el país, la han utilizado para alimentar su propia notoriedad, a menudo en detrimento de la lógica y el sentido común.

Se está volviendo una costumbre en el país tener que explicar cuestiones básicas y esenciales que deberían formar parte de la agenda de desarrollo nacional. Esto sucede porque quienes tienen el micrófono abierto para influir en dicha agenda se dedican, con recursos del Estado, a fomentar el desconocimiento. La intervención de Susana Boreal esta semana en el Congreso, en la que afirmó que obligar a un niño a estudiar es violencia y adoctrinamiento, es solo un ejemplo, quizás uno de los más graves, de este preocupante síntoma de desconexión con la realidad.

Aunque estoy segura de que la inmensa mayoría de los lectores de esta columna comprenden la importancia de que los niños y las niñas accedan a la educación, no está de más reiterar, en respuesta a las declaraciones de la representante Susana Boreal, que la educación, lejos de ser violencia, es el medio más importante que tiene la sociedad para fomentar en las personas el conocimiento, las habilidades y las competencias necesarias para participar efectivamente en la sociedad y en la economía, además de brindarles la oportunidad de cumplir sus sueños. La educación, como pilar fundamental en la construcción de una sociedad, se erige como una de las herramientas más efectivas para combatir la desigualdad, una tarea urgente en Colombia. Según el Banco Mundial, el país ocupa el lamentable puesto de nación más desigual de América Latina y el Caribe, y el tercero a nivel global. Además, Colombia es el tercer país con el puntaje más bajo en educación entre los miembros de la OCDE.

Es alarmante que alguien que llegó al Congreso como representante de un partido de izquierda, cuya visión debería centrarse en reducir la desigualdad, promueva ideas que van en contra de este principio fundamental. No queda claro si lo que se pretende en Colombia es fomentar una kakistocracia similar a la de Venezuela, pero esta anarquía discursiva, además de agotar al país, nos está llevando por el camino del retroceso.