Hoy hablaré del Tren Bocas de Ceniza. Los trenes han sido un factor de integración y modernidad. Comunican inclusive continentes enteros como Europa. A Colombia le ha faltado articularse como nación a través de un sistema férreo y tener trenes urbanos. Solo Medellín dispone de Metro. Bogotá apenas lo está construyendo.
La controversia que ha provocado el Tren Bocas de Ceniza, que cubre un corto tramo de 2,6 kilómetros entre Las Flores y la primera playa de Puerto Mocho, es porque su puesta en marcha, con fines turísticos, afectaría las actividades económicas de los pescadores, los mototaxistas, los bicitaxistas y los caseteros de la segunda playa, pues la movilidad quedaría restringida por el tajamar occidental.
El viernes pasado ocurrió la segunda reunión del diálogo entre el colectivo de afectados y el Gobierno Distrital, que esta vez no solo estuvo representado por el secretario de Cultura, Juan Carlos Ospino, el responsable de conducir las conversaciones por delegación del alcalde, Alejandro Char, y la gerente de ciudad, Ana María Aljure. Asistieron también el secretario de Gobierno, Nelson Patrón; el director de la Oficina de Seguridad, Yesid Turbay; el secretario de Infraestructura, Rafael Lafont; el gerente de la ADI, José Luis Romero; funcionarios de las secretarías de Control Urbano y Espacio Público y de Salud, y los asesores en seguridad, mayor general (r) Mariano Botero Coy y coronel (r) Tahir Rivera.
Fue un ejercicio de diálogo respetuoso. Los líderes comunitarios formularon sus solicitudes y las entregaron al secretario de Cultura. Los secretarios, funcionarios y asesores de la Alcaldía se presentaron cada uno. La lideresa María Correa hizo la moderación y la Fundación Protransparencia concurrió como veedora.
El diálogo, que prosigue este viernes, promete razonables acuerdos económicos y sociales, y debe servir para impulsar y consolidar un proceso en el cual la Alcaldía y la comunidad de Las Flores se alíen para convertir este territorio anfibio en un modelo de desarrollo humano integral.
Cuento un risueño episodio de la primera reunión de este diálogo. Habló una dama que ha ubicado su caseta de refrigerios y alimentos cerca a la estación del tren. Lleva por nombre una palabra que en la Costa Caribe sirve para denominar miles de cosas y que la Asociación de Academias de la Lengua Española ha incorporado al diccionario de americanismos. La simpática caseta, a la que a veces ha arribado el alcalde Char a tomarse algo, se llama ‘La Mondá’. La dama floreña, ese día, preocupada por la suerte de su negocio, preguntó: “¿Qué va a pasar con ‘La Mondá’?”.