Nadie puede ser feliz sin estar orgulloso de sí mismo. Ese sentimiento de satisfacción o estima propia por lo que somos, por lo que hemos logrado y lo que podemos hacer, es fruto del autoconocimiento y de la constatación de las habilidades y limitaciones que tenemos. Quien se siente orgulloso de su origen, de su familia, de su historia y de la manera como ha construido su proyecto de vida, puede sostener relaciones respetuosas en las que no tiene miedo de las riquezas de los otros y logra aceptar las críticas porque las ve como oportunidades de crecimiento personal.
En la dimensión espiritual, el orgullo es consecuencia de la certeza de que somos “hechuras” de las manos de Dios, y sin las confesiones religiosas, somos el estado más alto del proceso de evolución. Lo que sí es una desgracia para nosotros mismos y para todos aquellos con los que nos relacionamos, es la soberbia, es decir, ese sentimiento injustificado y absoluto de superioridad, ese creer que somos y valemos mucho más que los demás.
Los expertos creen que la soberbia es consecuencia de una baja autoestima, esto es, una forma de enmascarar el sentirnos inferiores sosteniendo un relato ostentoso que permita la validación y la aprobación de aquellos con los que nos relacionamos. Es posible que también sea ocasionada por la crianza, en la que con una exageración desmedida, se nos ha alabado y creído que todos nuestros deseos tienen que ser satisfechos.
El que se siente inferior, con su soberbia somete a los demás a las peores críticas irracionales e irrespetuosas, a expresiones vulgares de egolatría y humillaciones. Es decir, si la seguridad del orgullo nos permite relacionarnos sanamente con los otros, las constantes emociones de inferioridad nos hacen ser insoportables, por nuestro ego, en todas las relaciones.
Una sana experiencia espiritual nos permite sostener una relación de amor y confianza con nosotros mismos desde la humildad. Hay que evitar esos relatos espirituales que quieren hacernos creer que somos lo peor y que nacemos con una gran deuda que conscientemente no hemos adquirido.
Creer que la vida es un luchar contra lo que somos, o que es como un valle de lágrimas, desconoce que para ser dichosos necesitamos amarnos tal cual, y eso implica reconocernos con compasión, amor y exigencia. Desarrolla tu orgullo y evita las acciones de la soberbia, no dejes que ellas te engañen y te hagan dañar a otros. Yo, con detenimiento y serenidad, oro y medito desde la certeza del valor infinito que tengo, ese que se expresa con la figura de la perla preciosa en el evangelio (Mateo 13:45-46).