Recuerdo de mi infancia los días en que la telenovela Escalona invadía las pantallas de todo el país. A través de ella, comencé a conocer las canciones del maestro Rafael Escalona, y fue el gran Egidio Cuadrado, con su inigualable acordeón, quien nos condujo por esa historia con cada nota. Fue allí donde descubrí y me enamoré del vallenato. Por eso, la partida del maestro Egidio me llena no solo de nostalgia, sino de gratitud hacia esa figura sencilla que, con su instrumento, nos transmitió el folclor de la provincia.
Aunque no era el acordeonero más reconocido de su generación y residía en Bogotá, lejos del Valle y sus festivales, el destino tuvo a bien unir en una parranda a esa dupla que impactaría para siempre la música colombiana. Carlos Vives y Egidio Cuadrado se escogieron mutuamente, enfrentaron críticas y tuvieron la valentía de seguir un camino musical por el que nadie daba un peso. Para Egidio debió ser especialmente difícil cuando los puristas del vallenato lo acusaban de traicionar el género por tocar con “el peludo”, como llamaban a Vives. Sin embargo, Egidio respondía con su famosa frase: “El pelo no canta, pero el ‘gallito’ –como él llamaba a Vives– sí”.
Al escoger a su acordeonero, Vives redescubrió La Tierra del Olvido y Egidio se convirtió en su rostro visible. Fue el encargado de mantener viva la esencia de Escalona y de llevarla a nuevas generaciones. Juntos, él y Carlos Vives lograron hacer del vallenato un fenómeno que trascendió las generaciones, manteniéndolo vigente. Por eso, cuando Vives anunció la muerte de Egidio diciendo “murió la provincia”, sus palabras reflejaban la verdad: Egidio era La Provincia, el símbolo de una cultura que nos representa en el mundo.
Aquel campesino de Villanueva, con su humildad y su acordeón al hombro, llevó la música vallenata a escenarios internacionales, trascendiendo barreras culturales y conquistando nuevos públicos, sin perder nunca su esencia. Demostró que la música no tiene límites porque fue capaz de llevar nuestras historias, las historias de los pueblos del Caribe, a rincones del mundo donde antes no se había escuchado el sonido de un acordeón vallenato. Con cada presentación mostró que lo que nos hace diferentes, también tiene un espacio y un valor en la escena global y que la identidad no se tiene que sacrificar para alcanzar el éxito.
Egidio Cuadrado fue un diamante; mejor aún una esmeralda, una absoluta joya colombiana. No es coincidencia que haya fallecido el 21 de octubre, fecha en la que nació Celia Cruz y en la que se le otorgó el Nobel a Gabo; fue otro grande a quien siempre recordaremos en esa fecha. Esta columna es un homenaje a su figura, a su música y a su legado. Aunque Egidio haya partido, su espíritu vive en cada acorde de su música. Mientras existan las canciones de Carlos Vives y La Provincia, Egidio no solo vivirá, sino que será eterno.