A veces, en el silencio de la noche, repaso algunos de los recuerdos más intensos que tengo de mi papá. Murió durante la pandemia, y no pasa un día en el que no me haga falta. Esos paseos por mi memoria están llenos de agradecimiento y alegría. En ocasiones, las lágrimas me sorprenden al recordar la ternura con la que me trataba. Otras veces, siento la tensión de nuestros choques, provocados por nuestros temperamentos tan distintos.
Me descubro cerca de él y a la vez tan lejos. En algunas de sus frases me veo reflejado, pero, al mismo tiempo, me siento completamente otro. Veíamos la vida muy diferente. Él entendía que la vida tiene su propio ritmo, que por más que nos desesperemos no podemos acelerarlo, en cambio yo siempre he vivido con la urgencia de que todo sea más rápido. Él estaba convencido de que los amaneceres en las parrandas nos regalaban eternidad, mientras yo, renuente, prefería que el sol nunca me sorprendiera fuera de mi cama. Él, fuerte y seguro, vivía siempre dispuesto a vencer cualquier peligro, y yo siempre preocupado por los posibles escenarios negativos que imaginaba.
Estos recuerdos me convencen de que debemos aprovechar a las personas en el presente, para no quedar con deudas que, tras la muerte, no se pueden pagar. Si disfruto de estos momentos de memoria, es para reconocer que nos quisimos a nuestra manera, con intensidad y libertad. Por eso, ahora cualquier motivo es bueno para llamar a mi mamá y a mis hermanos, para recordarles que los quiero, para inventar ocasiones para verlos, celebrar la vida y reírnos de lo que hemos sido y de lo que somos.
Lamento que a algunos olviden que la única manera de tener buenos recuerdos en el futuro es fabricándolos hoy con las mejores acciones. Quizás eso es lo que nos enseña Lucas, el evangelista, con el “hoy” de la salvación. Recuerden que en ese evangelio todo sucede “hoy” (Lucas 2,11; 4,21; 19,9; 23,43). No dejemos para mañana el amor que podemos dar ahora a quienes son importantes para nosotros.
Al principio, me resentí con la vida por la muerte de mi papá, pero hoy no solo entiendo que era lo natural por su edad y estado de salud, sino que su existencia es una invitación constante a disfrutar plenamente del tiempo que tenemos. Definitivamente, la muerte solo tiene sentido si la vida lo tiene. Si los días que compartimos están llenos de amor, seguramente la muerte también tendrá su sentido, al menos así lo entiendo hoy. Solo pido que esos recuerdos no se borren, para saber que está presente en cada una de mis jornadas, como siempre lo estuvo cuando compartía esta vida conmigo.