Los padres podemos escoger con quién vamos a tener nuestros hijos y en dónde nacerán, pero los hijos no pudimos escoger quiénes serían nuestros padres. Nací en 1968, en junio cumplí cincuenta y seis años. He sido testigo de los grandes inventos de la ciencia y la tecnología. Lo imposible al momento de mi infancia, ahora es posible gracias a los avances en comunicaciones; el internet, el teléfono celular, los correos electrónicos fueron llegando a mi vida mientras veía cómo desaparecía la carta escrita a mano, el buzón postal, la máquina de escribir, el teléfono fijo, el Betamax, y muchas cosas más.

El tiempo pasa y, a medida que envejecemos, nos damos cuenta de que la verdadera riqueza radica en las experiencias y en las relaciones que cultivamos a lo largo de nuestra vida. A menudo, nos dejamos llevar por la búsqueda de lo material, olvidando que los momentos compartidos con amigos y familiares son los que realmente llenan nuestro corazón.

Recordar aquellos días de infancia, cuando la felicidad se encontraba en un simple juego en la calle o en una tarde de risas con amigos, me hace reflexionar sobre lo efímero de la vida. La búsqueda constante de más, de siempre querer más, nos lleva a una carrera sin fin que, al final, no nos deja nada, llegamos a este mundo con las manos vacías y partimos de él sin nada en nuestras manos.

La vida es un viaje, y en ese viaje, cada uno lleva su propia carga. Algunos optan por cargar con el peso de la riqueza y las posesiones, sin importar si la obtención de estos se lícita o no, mientras que otros eligen llevar consigo recuerdos, amor y gratitud, o prestar grandes servicios a la sociedad y la humanidad. En este sentido, la riqueza puede ser una ilusión que nubla nuestros sentidos, mientras que la verdadera felicidad se encuentra en lo simple, en lo cotidiano y en tener la paz mental y la tranquilidad de no tener deudas con la justicia o estar en la mira de ella.

Al final, cuando miramos hacia atrás, lo que realmente cuenta no son los bienes materiales que acumulamos, sino las vidas que tocamos, las sonrisas que compartimos y el amor que damos y recibimos. En este sentido, es importante recordar que, a pesar de las circunstancias que nos rodeen, podemos elegir cómo vivir nuestra vida; como personas honestas y decentes o como delincuentes, corruptos o prófugos de la justicia. con generosidad, compasión y, sobre todo, con un corazón lleno de gratitud o de ambición y odio, la escogencia es individual

Así que, aunque partamos con las manos vacías, podemos hacerlo con el corazón lleno de recuerdos y enseñanzas que nos acompañarán en el último viaje, al final por malos o buenos seremos recordados y también seremos olvidados con el paso del tiempo.