Corría la década de los años cuarenta del siglo pasado, cuando la Arenosa estaba enmarcada en su frontera norte por la calle setenta y dos; Siape y San Salvador eran corregimientos, Las Flores, campamento de la empresa norte americana Winston Company, encargada del mantenimiento de los tajamares de Bocas de Ceniza. Contemporáneo a esta época vivía en el barrio San Pacho un personaje notorio por sus extravagancias al describir hechos o casos dignos de ello; ese personaje en cuestión fue Erasmo ‘el Mello’, Andrade. Entre sus muchas jocosidades y exageraciones anecdóticas, contaba el mello que una noche de San Martín de Loba se fue de pesca solo, pues su compañero sempiterno, Eugenio ‘el mocho’ Ariza, se negó justificándose por ser fiesta de su santo devoto. A la media noche hizo un receso en la faena y se ancló al pie del faro San Nicolás, en la ciénaga de Mallorquín. Desde allí veía las luces, los cohetes y escuchaba el reventar de los matasuegras. No había transcurrido mucho tiempo cuando le llamó la atención el chapoteo del agua cada vez más cercano al bote y de algo que se aproximaba.

Se puso de pie con el canalete en manos listo para lo que le tocara hacer. Desde agua escuchó una voz que le decía: tranquilo mello que soy yo, el hombre caimán que quiero tu compañía un rato mientras me alisto para viajar, a lo que preguntó, ¿viajar, y para dónde? El hombre-caimán le respondió: esa es una historia larga que contar, mientras solamente déjame estar contigo. Esta bien, dijo el mello, pero con la condición de que compartamos este cuncho de ron blanco que me queda por ahí. El hombre caimán aceptó y platicaron un rato, pero el mello ponía más atención a los ruidos de la ciudad que a la conversa del acompañante. El hombre caimán se dio cuenta de ello y le observó diciéndole que mejor se fuera para su casa, lo que el mello pensó como una posibilidad ya que la pesca no estaba ni regular. Lo estoy pensando, dijo y contrapreguntó a su vez: ¿Qué haces tú por aquí si tú eres del río y no vives en agua salada? –Pues te cuento que a veces incurso al agua salada para ver si me adapto como otra alternativa de vida. –Eso está bueno, dijo el mello. Hasta allí llegó el diálogo entre el mello y el hombre caimán, quien le dijo que estaba próximo a partir para Plato no sin antes visitar a sus parientes en Ciénaga, Magdalena, que estaban preparándole una fiesta para recibirle

-Mello... ¿Qué hombre caimán?

-Te pido que me regales tres o cuatro tabacos que ya no necesitas, para mientras llego a Ciénaga

El mello se los dio y mientras remaba rumbo a Barranquilla vio varias veces un tizón de tabaco que se alejaba con rumbo al mar

Ulises Rafael Rico Olivero