Alfonso Cuéllar sostiene en Semana que “de todas las ideas foráneas que contiene el...Acuerdo de la Habana, quizás la más diabólica es la Comisión de la Verdad”, pero procede inmediatamente a dar ejemplos de cómo en Polonia, en Japón y en España, donde no han podido aceptar la verdad ni reconocer responsabilidades por atrocidades que se cometieron hace 70 u 80 años, han quedado abiertas profundas heridas y cientos de miles de fantasmas buscan sosiego. Dice que la verdad es foránea traño a nuestra cultura, sin tener en cuenta que la esencia de la Confesión de los católicos es revelar la verdad para obtener el perdón y la reconciliación con Cristo.
Lo que sí es foráneo es que demasiados colombianos han sacrificado la paz para no tener que perdonar. Y se oponen a que se revele la verdad para no tener que avergonzarse. Pero “los hechos no dejan de existir porque los ignoran”, como decía Aldous Huxley. Reaparecen en las novelas, en las obras de teatro, en películas, o en los cuadros de artistas reconocidos. Atormentan con la duda o el remordimiento y despiertan interés de conocer la verdad.
Hace 14 años escribí un artículo sobre la búsqueda de los restos mortales de Federico García Lorca, asesinado en Granada, que comenzó a ponerle fin al Pacto del Silencio que se había acordado cuando se retornó a la democracia. En ese artículo decía que Daniel Pécaut “no se cansa de repetir que uno de los impedimentos que tiene Colombia para resolver sus problemas sociales y políticos es que se extendió un manto de olvido sobre lo que acababa de suceder [durante la Violencia] a raíz de los pactos políticos que dieron lugar al Frente Nacional y al silencio” (‘Exhumar para Recordar’, El Tiempo, 16-1-2004).
El Espectador, conmemorando los 50 años de haberse publicado el libro La Violencia en Colombia de Guzmán, Fals Borda y Umaña Luna, reporta que ocasionó en el Congreso “un enconado debate; liberales y conservadores se tiraron la pelota. Al final ninguno aceptó haber desatado la violencia y, en cambio... se ensañaron con los autores (del libro). A monseñor Guzmán “no se le bajó de ‘capellán de los bandoleros’... (a Fals Borda) lo tildaron de ‘Falso Borda’”, y a Umaña Luna lo acusaron de ser librepensador extremista volteriano y enciclopedista (¡en 1962!). No obstante, el libro fue una revelación y dejó indeleblemente grabadas escenas patéticas que habían sucedido con el respaldo de los líderes políticos y de los gobernantes. (Juan SebastianJimenez Herrera, ‘Medio Siglo de un Libro Valiente’, El Espectdor, Junio 23 de 2012).
Hoy estamos a punto de hacer lo mismo acusando falsamente a Pacho de Roux de pertenecer al Eln, desconociendo a los miembros de su comisión por ser supuestamente sesgados (izquierdistas). Quieren condenarnos a olvidar, pero van a conseguir avivar el interés de conocer la verdad y que ella brote espontáneamente y en forma caótica. Mejor dejar que la comisión haga su tarea cuidadosamente.
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Coletilla: Invito a agradecerle a Juan Manuel Santos el 7 de agosto haberse atrevido a promover la paz. Vuelvo a escribir el 26 de agosto.