Dudé mucho si debía escribir acerca de esto, pues cuando lean esta columna ya habrá pasado una semana desde que los 61 estudiantes del colegio Marymount Barranquilla no tuvieron ceremonia de graduación, ya todo el mundo habrá dado sus conclusiones y, como pasa con todos los escándalos sociales, ya nadie estará hablando del tema.
Sin embargo, sentí que debía decir algo al respecto, ya que no solo soy una orgullosa ex alumna de esta institución, sino que cuando me fui a graduar me tocó vivir algo bastante parecido. Las circunstancias fueron casi las mismas, alguien se robó un examen final, y ese alguien se lo repartió a algunas personas del curso. Eventualmente, los profesores se terminaron dando cuenta y ahí empezaron a llegar las consecuencias.
El castigo iba a ser el mismo, no iba haber ceremonia de graduación, pues no nos merecíamos tener una. No merecíamos ser enviados al ‘mundo real’ con los honores de pertenecer a este colegio. No nos merecíamos algo distinto a salir por la puerta pequeña. Pero a diferencia de lo que sucedió este año, a nosotros sí nos terminaron graduando. Sin toga y birrete, pero con una hermosa ceremonia.
¿Cuál fue la diferencia? Honestamente, la diferencia fue nuestra actitud frente al problema. Cuando uno tiene 17 o 18 años ya es un adulto para muchas cosas y, por ende, hoy mirando hacia atrás, siento que simplemente decidimos arreglar este asunto como adultos responsables. No todos habíamos tenido acceso al examen, y quienes estuvieron encargados de robárselo dieron su paso al frente. Sabían que se habían equivocado, que lo que habían hecho no estaba bien y no quisieron que el resto de los compañeros sufriéramos por cuenta de ello. Y ahí estuvo la principal diferencia: no aceptamos ser cómplices y ellos no aceptaron que nosotros los fuéramos.
Luego de que los responsables hubiesen confesado, todos los estudiantes fuimos hablar con ‘Sister’ Johanna, la legendaria e inolvidable rectora de nuestro colegio. Queríamos que ella supiera que había educado mucho más allá que buenos estudiantes, queríamos que supiera que su labor como educadora no había sido en vano, queríamos que supiera que sí podíamos llevar con honor y responsabilidad la bandera de esta institución. Y aunque no fue nada fácil, y aunque estuvimos largas jornadas hablando con ella, finalmente cedió a graduarnos sin toga.
No lo sabíamos en ese entonces, pero fuimos la última clase que ‘Sister’ Johanna graduó. Seis meses después de nuestra ceremonia, nuestra rectora falleció, dejando atrás miles de alumnos y ex alumnos que, sin lugar a dudas, convirtió en mejores seres humanos.
Sin embargo, al parecer no solo logró dejar mejores personas, sino que logró dejar su esencia en los valores de la institución y, por ende, en quienes tienen la labor de presidirla. Luego de lo que sucedió en esta última semana, luego de ver que actuaron exactamente como la ‘Sister’ lo hubiese hecho, luego de que se mantuvieran en el ‘No’ a pesar de que las presiones dijeran ‘Sí’, me siento confiada de que mi colegio está en buenas manos y de que sin importar cuánto les cueste seguirán en el camino de educar buenos ciudadanos y no solo buenos estudiantes.
Porque si soy lo que soy y tengo los valores que tengo hoy, siempre será, en gran parte, a mi colegio Marymount, con su fortaleza indiscutible, con su terquedad inigualable.