Mucha gente tiene la sensación de que estamos viviendo la peor época de los últimos tiempos. Aumenta la inseguridad ciudadana ante el calentamiento global, la robotización, los ciberataques o las fake news. Ante este panorama es fácil refugiarse en una visión idealizada del pasado, por lo menos en Europa. El otro día vi un documental en la televisión pública alemana que me refrescó la memoria sobre las sombras que acompañaban mi adolescencia feliz en Alemania en la década de los 1980. Se trataba del nacimiento del movimiento pacifista ante la carrera nuclear de la Guerra Fría en mi tierra, entonces dividida. Las dos Alemanias –la República Federal y la autodenominada República Democrática– constituían la zona más militarizada en la historia de la humanidad, con miles de cabezas nucleares y millones de soldados de los diferentes ejércitos ocupantes.
Ante esta locura empezaron a organizarse y manifestarse personas muy valientes y variopintas, desde sacerdotes a campesinos, estudiantes y amas de casa. Al principio eran pocos y desde el Gobierno y muchos medios se les tildó de lunáticos traidores de la patria. Pero el movimiento creció hasta el punto de marcar la cultura popular. A modo de ejemplo, éxitos musicales como la apocalíptica Forever Young, de Alphaville; Two Tribes, de Frankie Goes to Hollywood, con su video de la lucha libre entre Reagan y Chernenko, o los 99 globos rojos, de Nena, que provocaron una guerra de consecuencias desastrosas –en la canción–.
Efectivamente, como recordaban testimonios en el documental, el mundo estuvo entonces más cerca del apocalipsis nuclear de lo que la gente temía. El fin de la carrera de rearmamento nuclear entre las dos superpotencias se debió, esencialmente, al colapso económico y político de la Unión Soviética.
Tres décadas después vuelve la preocupación por la bomba atómica. Ahí están la dictadura familiar de Corea del Norte, el programa nuclear de los ayatolás en Irán y los misiles nucleares de Israel que oficialmente no existen. Pero los protagonistas son otra vez las dos superpotencias nucleares. Donald Trump pretende desarrollar armas nucleares más pequeñas –y supuestamente un poquito menos destructivas– con el fin de que puedan ser empleadas con menos escrúpulos. En Moscú, Vladimir Putin presentó hace un par de semanas un nuevo supermisil intercontinental que burla cualquier escudo, aunque podría tratarse de mera propaganda electoral ante los comicios presidenciales rusos que se celebraron el pasado domingo y en las que el ‘zar’ arrasó.
No sé si la situación hoy es comparable con la Guerra Fría, pero me sorprende que el escenario de un lanzamiento de un arma nuclear –sea por cálculo, error o vanidad de esos lamentables personajes al mando– no esté generando mayor alarma social. Harían falta manifestaciones masivas contra esta nueva carrera atómica, aunque mucho me temo que a los actuales inquilinos de la Casa Blanca y del Kremlín, al igual que a sus antecesores, no les impresionarían nada.
@thiloschafer