El reconocido periodista Jorge Ramos le hizo una pregunta sencilla a Gustavo Petro, “¿Usted cree que Hugo Chávez fue un dictador?”, y el candidato le respondió con una evasiva de campeonato:
—Yo pienso que la política internacional está dividida tajantemente ya por el tema del cambio climático.
La sinuosa respuesta, sin embargo, revela más de lo que parece. Petro ha puesto la lucha contra el cambio climático en el centro de su campaña, lo que la acerca al electorado joven y le da un aire moderno y progresista. Pero yo intuyo otra intención.
La vieja izquierda marxista del siglo pasado sufrió una humillación histórica cuando fue obvio que la miseria disminuía dramáticamente en los países capitalistas, mientas que en los socialistas se eternizaba de modo cruel. Millones de personas salían de la extrema pobreza gracias a la economía de mercado, ¿qué hacer ante tamaña desventura?
Desde entonces, la izquierda no ha cesado de buscar un nuevo argumento para denunciar al sistema capitalista (pues de lo que se trata, más que de los pobres, es de denunciar al sistema capitalista). Fue cuando el cambio climático le cayó del cielo. O, si se prefiere, de la atmósfera. En el momento de mayor prestigio del capitalismo aparecía, ¡por las barbas de Lenin!, un novedoso motivo para rechazar, con renovada inquina, la economía de mercado. La lucha contra el sistema ya no sería en nombre del proletariado –el proletariado estaba cada día mejor–, sino en nombre del honor de la Madre Tierra.
Que el crecimiento económico de los últimos 200 años ha deteriorado el medio ambiente es, me parece a mí, una realidad indiscutible. Pero las propuestas antiliberales de Petro, quien habla de “priorizar el mercado interno”, es decir, cerrar la economía, no son el camino adecuado para resarcir el daño. El estudio anual de la Heritage Foundation sobre libertad económica concluye que, en promedio, los países librecambistas cuidan más el medio ambiente que las economías cerradas. A mayor intercambio, más prosperidad. A más prosperidad, mayor consciencia ambiental entre la población, que ahora puede preocuparse por bienes menos urgentes que el techo y la comida. Eso, sumado a la creatividad y la dinámica del mercado, sin descartar que el Estado ayude con incentivos a la investigación, es lo que está abaratando los autos eléctricos, las turbinas eólicas y las celdas fotovoltaicas. No la ‘democratización’ de la economía que propone Petro, término que, dejémonos de eufemismos, significa más control estatal del mercado, con fines ideológicos y, a la larga, políticos. Esa es la vía del ‘socialismo del siglo XXI’, que trae más pobreza y, casi segura consecuencia, más daño ecológico.
No hay modernidad ni progreso en las propuestas ambientales del candidato, solo la instrumentalización de la amenaza climática –por eso la menciona tanto– para continuar la guerra contra la libertad económica por otros medios. ¿Recuerdan que Hugo Chávez dijo que el capitalismo había acabado con la vida en Marte? A Petro no le gusta que lo comparen con Chávez, pero en este caso no veo mucha diferencia.
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