Hace unos días leí un intercambio de opiniones de notables periodistas de este país sobre la decadencia del boxeo. Unos exponían que el conteo regresivo que lleva el boxeo obedece a la división de las asociaciones. Otros veían el tambaleo de las peleas en la desaparición de ídolos.
Colombia ha sido un país netamente boxístico. Recuerdo que hubo años en que nuestros ídolos no eran futbolistas ni tampoco beisbolistas, sino ‘Pambelé’, Rocky Valdés, ‘Happy’ Lora, campeones que enarbolaban la bandera colombiana por el mundo, y a nivel internacional admirábamos a Ali, Frazier, ‘Mano de Piedra’ Durán, Carlos Monzón. Eran tiempos en que simulabas hacer guantes en el recreo en lugar de jugar a otra vaina. Todos queríamos ser como Pambelé, y no había partido de bola de trapo en el barrio que no acabara con una pelea limpia entre los dos más machitos de los equipos, que entonces llamábamos líneas.
Algún crítico europeo sostiene que el boxeo renace en tiempos de crisis económica. Una teoría que se sostiene en parte, pero que cae a la lona cuando uno observa que Estados Unidos es la cuna de la organización de combates.
Pero es verdad que esta disciplina surge de los barrios bajos, pero con los años fue llegando a grandes salas, teatros y hoteles de lujo. Tampoco se puede negar que hoy en día hay boxeadores que reciben una bolsa de plata que los convierte en excéntricos millonarios como Floyd Mayweather.
No es el caso del venezolano Yeison Cohen, que se encuentra gravemente lesionado en un hospital de Barranquilla después de un combate celebrado en un importante hotel de la ciudad y del que los lectores de EL HERALDO han sido bien informados por el compañero Edson Cabeza Jabba. Cohen no es el primer boxeador que sufre una paliza en el cuadrilátero. Con el tiempo el boxeo, como disciplina de contacto y riesgo alto, ha ido mejorando sus reglas con el único objetivo de salvaguardar al máximo la salud de los boxeadores. La ausencia de una ambulancia en la salida de emergencia del hotel donde se realizaba la velada no tiene excusa alguna. Los promotores, que reconocen su error, fallaron gravemente. Cohen, que lucha por sobrevivir en el hospital, podía haber muerto en el ring, y ahora no estaríamos poniendo el acento sobre la ambulancia. Pero si esto no tiene un control riguroso por parte de las autoridades, y no es una exigencia de los propios boxeadores, no será la división de las asociaciones ni la falta de ídolos lo que tenga al boxeo contra las cuerdas. Serán sus propios protagonistas los que acaben de matarlo.