Cada vez que ocurre una masacre en Estados Unidos surge el mismo debate: ¿Por qué no prohíben las armas?

La razón está en la estadística. La organización Small Armas Survey indicó que en el año 2007 había en ese país unos 270 millones de rifles y pistolas. Con tal cifra Estados Unidos podría ser la nación del mundo con mayor número de armas por cada 100 habitantes (unas 88, mal contadas).

La angustia viene por el lado de otras matemáticas. Desde el año 2013 se han producido allá, en circunstancias similares a las de Parkland, unas 290 masacres. De hecho el incidente que le costó la vida a 17 personas fue el número 18 de este año en una escuela norteamericana.

Pero el problema trasciende esa revisión. ¿Quién fue el sujeto que disparó? ¿Qué motivaciones tuvo? ¿Qué traumas arrastraba? ¿Recibió algún tipo de acompañamiento cuando empezó a configurar la conducta antisocial que finalmente degeneró en el tiroteo?

Nikolas Cruz, según se lee en los despachos de prensa, fue adoptado, junto con un hermano biológico, por una pareja de esposos. El señor murió a los pocos años. La señora tuvo que asumir las riendas de su hogar y dedicarse a trabajar mientras los dos niños se criaban solos.

La vida de aquellos menores era, como dicen los psicólogos modernos, disfuncional. Entonces ¿quién les habló? ¿Hubo acaso un asistente social que aclarara la ausencia como una circunstancia y no como un castigo de la vida? ¿Alguien les explicó por qué un adulto no les servía el plato de cereales?

Hace un año murió la mamá y aquello debió ser aún más angustiante. ¿Cuántos les preguntaron si estaban bien?

A esas alturas el joven Nikolas era parte de una organización nacionalista de blancos, hacia alardes de su A-15 en las redes sociales y anunciaba que algún día acabaría con los estudiantes de un colegio.

Es más, de Marjory Stoneman Douglas, la escuela del Norte de Miami, había sido expulsado recientemente por sus extraños comportamientos.

¿Hubo, a propósito, una institución que le advirtiera sobre los riesgos que corría? ¿Le preguntaron por sus miedos? ¿Le dijeron que la rectificación era una posibilidad que en ocasiones se permiten los seres humanos? ¿Le hablaron del perdón? ¿Le mostraron a Dios?

No estoy justificando la actuación del joven Cruz. ¡Ni más faltaba! Pero sí creo que el debate debe reenfocarse e, inclusive, dejar que nos mire.

Porque podríamos seguir pensando que es un asunto solo de Estados Unidos y negar que en nuestro vecindario o nuestra propia casa anda un Nikolas dando vueltas porque no le regalamos la sonrisa que espera.

La opción a contrapelo es admitir que más allá de los gobiernos o los modelos imperfectos de las sociedades que criticamos, el problema sería también de afecto, en cuyo caso mi sugerencia es que se curen en amor y corran a dar el abrazo que hace rato no dan a sus hijos.

@AlbertoMtinezM