No hay nada más cruel y cínico que poner a una persona a cavar su propia tumba o la de un familiar. Hay gente que compra su propio ataúd, lo cuelga en el zarzo y sigue viviendo preparado para la muerte, algunos se entretienen tejiendo a su gusto su propia mortaja, como Amaranta en Cien años de soledad. Pero eso es otra cosa. Nada como saberse obligado a dar paladas frenéticas o parsimoniosas por un verdugo infame que se regodea con la angustia de los débiles y necesitados.
Donald Trump encarna a ese sepulturero arrogante y perezoso que arroja con desdén la pica y la pala a su víctima mientras masca tabaco o fuma un cigarro, como un personaje de las historias del viejo oeste escritas por don Marcial Lafuente Estefanía. Su nueva alternativa migratoria se mueve en ese terreno. En la negociación con los congresistas acaba de decir que está dispuesto a otorgar la ciudadanía, en un plazo de 10 o 12 años, a los llamados dreamers, solo si el Congreso de los Estados Unidos aprueba un fondo de 25.000 millones de dólares para la construcción del famoso muro en la frontera con México que anunció desde su campaña presidencial.
Los dreamers son alrededor de 1,8 millones de jóvenes migrantes que entraron indocumentados al país cuando eran niños –a diferencia de sus padres sin la tierra natal en la mente, la retina o los bolsillos–, que crecieron asimilando el estilo de vida norteamericano y hoy se encuentran en un limbo jurídico. Lo que Trump pretende no es más que alimentar los sueños y las esperanzas de los jóvenes actualmente establecidos en Estados Unidos de manera ilegal, a cambio de que sepulten los sueños y las esperanzas de los que pretenden cruzar la frontera. Es como si la zanja donde se vaciaría el hormigón que serviría de cimiento para el muro fuera cavada por los migrantes con la opción de disfrutar del derecho a la ciudadanía, mientras son observados, con una mueca de sonrisa en el rostro, por un arquitecto irresponsable. Se trata del disfrute de los derechos a costa de estrellarle la puerta en la cara a los suyos: a los tíos, a las tías, a los primos, a los compadres, a los amigos…
Como un mandatario insensato, Trump entrega las herramientas y se lava las manos. Lo peor, de aprobarse su propuesta, es que dividirá aún más a los migrantes y los pondrá a pelearse entre ellos por un pedazo de sueño. Reforzará las jerarquías simbólicas entre los establecidos y los que llegan. Muchos de los migrantes que creyeron alcanzar la condición que anhelaban, se sumarán al lenguaje racista y excluyente que hace carrera, a pesar de que su mismo artífice jamás los verá como iguales. En resumen, Trump se prepara para hacer su mejor papel, el de cowboy implacable que se aprovecha de la necesidad de los marginados para que estos aparentemente construyan sus propios sueños, mientras cavan la tumba donde serán depositados los sueños de los suyos.
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