Cuando forasteros me preguntan por el Carnaval de Barranquilla, casi siempre respondo con la frase que tanto lo caracteriza: ‘quien lo vive es quien lo goza’. Respondo de esta manera porque pienso que es casi imposible describir esta época con palabras, porque me quedo corta explicando el sentimiento, porque no sé cómo transmitir que es un tiempo en el que la tradición y la cultura permiten que la alegría se apodere de toda una ciudad, y porque realmente quien logra vivirlo y, por ende, gozarlo, podrá verdaderamente entenderlo.
Y una de las preguntas que más me hacen es “bueno, pero, en serio, ¿cuándo comienza?”, pues a muchos les sorprende que sea diciembre y yo, al igual que tantos de los barranquilleros que estamos enamorados de esta fiesta, esté hablando más sobre el Carnaval que sobre la Navidad. Y, la verdad, no es que una cosa sea más importante que la otra, sino que a mi parecer, van de la mano. No nos digamos mentiras, llega diciembre con sus brisas y llegan las ruedas de cumbia, a las novenas les ponemos tambores, la gente empieza a desempolvar sus polleras y no es casual que los ensayos de los grupos folclóricos se hagan más extensos y más frecuentes.
Y en Año Nuevo es lo mismo. Faltan cinco pa’ las doce y los barranquilleros oficialmente nos sentimos en Carnaval. Celebrar la llegada de un nuevo año significa celebrar el renacimiento de ‘Joselito’, significa despertar el jolgorio, significa darle rienda suelta a la alegría y significa el constante sonido de tambores, de picós y del ‘güepajé’.
Es por esto que a nadie le resultó una sorpresa encontrarse el primero de enero con un video en el que barranquilleros celebraban los pitos con una comparsa espontánea en la calle, pues eso es precisamente una muestra de lo que estoy hablando: ‘Año Nuevo, vida nueva, Carnaval nuevo’.
Sin embargo, este sano desorden fue interrumpido por las autoridades, ya que las acciones incumplían con el Código de Policía y el establecimiento que estaba ‘permitiendo’ semejante ‘ilegalidad’ fue sancionado con diez días de suspensión. Diez días por dejar que la gente bailara organizadamente en la calle. Es por esta razón que con esta columna hago un llamado a que seamos realistas y a que podamos hacer excepciones a la regla. No digo que todo el año se puedan hacer comparsas en la calle, ni pido que vayamos en contra de la ley. Solo pido que en ciertas fechas (como Año Nuevo, por ejemplo) y en determinados sectores (como aquellos que históricamente se han convertido en íconos de cultura) se pueda ser el barranquillero que se ha sido siempre. El barranquillero que está aferrado a las tradiciones y que añora todo el año una rueda de Cumbia, el barranquillero que quiere festejar sanamente, el barranquillero que se emociona con un tambor y el barranquillero que quiere vivirlo y gozarlo en la calle, como lo ha hecho siempre.
No se trata de cerrar la puerta o de abrirla completamente. Se trata de entender que hay ventanas que pueden abrirse de manera organizada y que la cultura no puede ser vista con ojos de ilegalidad, sino con ojos de comprensión.
Porque para que se puedan cumplir las reglas, primero hay que escribirlas correctamente.