Los muchachos que recién salen del colegio suelen imaginarse la vida de otra forma cuando tengan la gracia infinita de entrar a la universidad. Aquellos que pueden hacer realidad ese sueño soportan años de estudio con la única promesa de que un día saldrán de ese recinto convertidos en profesionales. Después de divertidos años de esfuerzos, en los que toca almorzar con una empanada y un jugo callejero para que la plata alcance para el bus y las fotocopias, un día reciben un diploma que será la prueba irrefutable de haber sacado una carrera adelante. Entonces, con toga y birrete se creerán que han triunfado. Sus padres tendrán la satisfacción de haber sacado a sus hijos adelante, porque dar educación es la mejor inversión. Hacia 2006 la Cepal decía haber encontrado la fórmula para superar la pobreza. Esta comisión regional de las Naciones Unidas para el desarrollo económico aseguraba que la estrategia era la educación. Solo así se salía de pobre.

Después de tener el diploma en la mano, un universitario cree haber conquistado la cima del arrecife. Cuando pasan los días, después de unas merecidas vacaciones, la mayoría se da cuenta que la vida estará llena de muchos tiempos libres. La orgullosa familia empezará entonces a sentir una desazón primero, una falta de entusiasmo después y finalmente una penosa decepción. En noviembre la tasa de desempleo se situó en 8,4 por ciento, 0,9 por ciento más que el mismo mes en el año pasado. Según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), se cuentan 2,09 millones de desocupados en el país. Esa cifra, sin embargo, siempre será cuestionada. De cara al número de personas ocupadas hay que poner el lente sobre qué tipo de ocupación estamos hablando. Esos jóvenes impetuosos, llenos de esperanza, comenzarán a entender pronto que el mundo es un lugar inhóspito. Las universidades sacan bloques de graduados como ganado, pero las plazas laborales son pocas. La mayoría se ocuparán vendiéndose por pocos pesos con paupérrimos contratos de prestación de servicios. Caminarán de un lado al otro con sus hojas de vida bajo el brazo, repartiéndolas casi suplicantes. Las mandarán por correo electrónico a gente que creen importante, gente que puede tener conexiones. Correos que jamás serán abiertos.

Se sentirán desgraciados por no encontrar trabajo y pensarán que la mala suerte les acompaña. Sus familias los creerán desgraciados y faltos de iniciativas. Quizá flojos. La iniciativa se irá perdiendo cuando se pierda la esperanza y se den cuenta que de cualquier manera el panorama es dramático. Muchos no sabrán que la mala suerte no es de ellos. Muchos no sabrán que simplemente son parte de la diapositiva que ilustra la teorización del devastador modelo de desarrollo, la concentración de la riqueza, el desempleo, y todas aquellas palabras que usan los tecnócratas para explicar que estamos jodidos. Todos.

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